En esta fotografía debíamos tener unos diez años. El contexto es el de una de las raras excursiones que entonces hacíamos con el colegio. En aquella época no se llevaba nada salir del aula y creo recordar que ésta fue debido a una arriesgada iniciativa por parte de un profesor singularmente joven e innovador.
Corresponde a la parte de mi niñez que viví en Gran Canaria, yo soy el primero por la derecha, el que posa pertrechado con un refresco en una mano y la bolsa de plástico con el desayuno en la otra. Me encanta esta fotografía, la lozanía de la mirada, de la piel, la sonrisa, el espíritu de grupo y el futuro que se desprende del conjunto.
Traigo aquí esta imagen porque a menudo tengo la sensación de que dentro de mí habita todavía ese niño. Y no se trata de una manera de hablar, de referirme a aquel rastro de inocencia que siempre permanece o a la curiosidad que me azuza y me excita, no, sino tal cual el niño que fui en ese momento de mi vida, al completo, con las mismas sensaciones y alegría de vivir con las que disfrutaba, ilusionado por un futuro fabuloso y mágico que se hallaba en un horizonte posible.
Es como si ese niño se hallara, pequeño, dentro de mí y todavía se encaramara para asomarse a las cuencas de mis ojos y fuera el brillo de su mirada la responsable del entusiasmo que refleja la mía cuando se apasiona, aquella con la que ilusiono y convoco al niño o a la niña que también hay en aquellas personas con las que me relaciono. Porque estoy seguro que cada cual lleva dentro a la criaturilla que fue en un momento dado y que situará en un momento u otro de su infancia; a mí me sirve el de esta fotografía.
Y esta idea me hace pensar que madurar quizás no sea otra cosa que enterrar a ese niño bajo capas de conocimiento, compromiso, pragmatismo, vivencias y cansancio. Y que ésta bien pudiera ser, por ejemplo, la razón por la que no me identifico con mis fotografías y no reconozco en ellas el brillo vital de la personita que se asoma a mis ojos cada mañana, cuando me veo en el espejo.
Y pienso también que envejecer no es ley de vida, que no tiene por qué suceder, que no tiene nada que ver con tener muchos años y que sólo ocurre cuando uno llega a creerse que realmente es una de estas capas, posiblemente la última, en la que se halla sepultado, impidiendo de este modo el acceso de la criatura que tenemos dentro a nuestros ojos, velando nuestra mirada y sellándola progresivamente a toda ilusión y esperanza.
Pues ahora que lo dices… creo recordar que los 10 años me parecían importantes, como si los dos dígitos ya nos hicieran pasar a poder hacer “cosas de mayores”, lo que traducido a esa edad implicaba la ansiada libertad para jugar con la vida :-) La ironía de lo de cambiar de década es que parece que a partir de la cuarta hay mucha gente que no lo lleva bien.
ResponderEliminarLo de seguir cumpliendo años hay que ponerlo en contexto para dejarle el hueco que se merece a la niña o niño que en realidad siempre nos acompaña. Hay quien elige reconvertirlo en amarga nostalgia, es cierto, pero lo interesante es adoptarlo como consejer@ para seguir siendo golos@s con todo el camino que queda por delante.
Se te reconoce bien en la foto. Voy a tener que detenerme un poco ante el espejo para saludar, no vaya a ser que se me olvide ;)
Estoy de acuerdo. Soy de la opinión que las personas no cambiamos tanto con el paso de los años. La base de cómo somos de mayores ya está en nuestra edad infantil, nos guste o no. La vida es un gran viaje.
ResponderEliminarinspirador. Me sirve, gracias.
ResponderEliminarAlberto
gracias me a gustado
ResponderEliminarMe ha encantado el post, y te he reconocido ocido en la foto a la primera. Efectivamente, el que fuiste niño sigue ahí, en la mirada del hombre maduro. Comparto todo lo que dices y me ha recordado a aquel maestro zen que decía que empleamos 40 años en olvidar el niño que fuimos y necesitamos otros 40 en volver a encontrarlo. Yo también estoy en ello y cultivo la amistad de los más chicos para que me sirvan de maestros en ese regreso. Un abrazo
ResponderEliminarMe lo podía imaginar que estabas en ello, Fernando :) Un abrazo!
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