Tener ideas está sobrevalorado. Las ideas, sobre todo si son buenas, puede que tengan valor pero el mérito que se le atribuye al hecho de tener ideas es exagerado.
La idea viene sin que nadie la traiga, como mucho aparece producto de una estimulación más o menos provocada en una mente excitable. Es cierto que puede ser indicador del grado de obertura, desinhibición, información o de la capacidad simbólica y de relación de la persona, todas estas características o capacidades ayudan pero no aseguran que se pueda tener una idea cuando se la necesita, las ideas aparecen sin saber muy bien cómo, espontáneas, diáfanas y seguidas de la correspondiente estela de endorfinas que las suele acompañar y les confiere este sabor festivo tan propio que las caracteriza.
En un humano, tener ideas es consustancial a su naturaleza, producto de su capacidad de interrelacionar y destilar el valor funcional o simbólico de lo que percibe. Es tan inherente e ingobernable como el color de los ojos o el latir del corazón.
Cualquier persona puede tener una idea si puede expresar lo que piensa y goza de la perspectiva necesaria como para poder escucharse. Del mismo modo, una idea es más o menos conocida en la medida en que este fenómeno –el de expresarse y escucharse- se da ante más o menos público. Quizás sea esta una de las razones por las que, en muchas organizaciones, suele asociarse la capacidad de tener ideas con personas que poseen el suficiente estatus como para exhibirlas [e imponerlas].
Nuestra dependencia de las ideas sobrevalora a quien las tiene como también sobrevaloramos ciertos atributos físicos sin que ello suponga mérito alguno por parte de la persona que los exhibe.
Lo que realmente tiene mérito y no es connatural a la persona es estar a la altura de sus propias ideas y esto va más allá de tenerlas, supone también la capacidad de contenerse para no sepultarlas y asfixiarlas en un alud creativo, poder singularizarlas y dotarlas del espacio suficiente como para que germinen y tengan la más mínima posibilidad de desarrollarse. Todavía hay quien se jacta de tener muchas ideas y confunde inteligencia con incontinencia.
Tener la idea no siempre va parejo con desarrollarla. Cuando las propias ideas las ha de desarrollar otra persona se ha de ser capaz de no agobiar al personal e invertir el tiempo necesario para fertilizar esa otra mente con la propia idea y esperar a que enraíce, enriquezca y crezca vigorosa con los nutrientes ideológicos que le aportará indefectiblemente quien haya de llevarla a cabo.
Estar a la altura de las propias ideas supone, también, ser capaz de compartir la propiedad con aquellas personas que contribuyen de manera definitiva a hacerlas posibles.
Jo fa un temps que diferencii entre ocurrències, idees i projectes. Les ocurrències les entenc com a enrampades sense sentit i actes de creativitat gratuïta, poden esdevenir idees si són capaces de tenir un grau real d'integració a l'organització i a la feina, i sols si es poden desenvolupar es poden convertir en projectes (que poden fracassar, clar).
ResponderEliminarEstic FARTA de talent i idea per aguantar qualsevol il·luminació.
Una bona classificació,Tona!
EliminarAcertado como siempre Manel. Las palabras justas para transportar tu idea a otros, y además en bonito. Eres un poeta.
ResponderEliminarPoética tu mirada, Judith, siempe tan estética ;) Gracies :)
EliminarMe ha gustado mucho esta reflexión porque sí es cierto que tendemos a sobrevalorarlo y me ha llevado a reflexionar sobre lo que ocurre también en el arte. Es cierto que el artista tiene la idea pero hay que materializarla y no solemos pensar en todas las personas que la hacen posible. Todos jugamos un papel y todos somos necesarios. Esto es lo que me gustaría rescatar.
ResponderEliminarGracias por tan buenas aportaciones.
Todavía se habla de inteligencia indivicual e inteligencia colectiva, la pregunta bien podría ser si existe alguna inteligencia que no sea colectiva o parte de la colectividad... Gracias a ti por aportar Lola, un abrazo!
EliminarPlas, plas, plas! :-)
ResponderEliminarA veces, muchas veces incluso, las ideas llegan a ser un incordio. Las propias y las ajenas. Las unas porque aparecen cuando no puedes usarlas o no sabes qué hacer con ellas, y las otras porque convierten a quien las exhibe en una especie de sabelotodo que se dedica a dar lecciones. Has dado en el clavo: “suele asociarse la capacidad de tener ideas con personas que poseen el suficiente estatus como para exhibirlas [e imponerlas]”.
Estar a la altura de las propias ideas debería ser un reto personal, obligatorio e intransferible (nada de balones fuera) porque exige mucha humildad, mucho trabajo y mucha disciplina. Lo cierto es que las muy puñeteras, cuando aparecen, no nos dejan en paz, y hay que negociar con ellas para encontrar el sitio adecuado, aunque éste sea la papelera. Pero, al final, la realidad nos cura de muchas vanidades.
Me ha encantado, Manel. Y me ha hecho reír, sobre todo de mí misma ;)
Si, por decirlo de algún modo, vives de tus ideas, es decir, si no te toca otra que sopesarlas y ponderarlas para poder desarrollarlas, para que no te entretengan demasiado si no va a ser así, se suele desarrollar la “capacidad” de estar a la altura de las propias ideas [que es lo que te pasa a ti, Isa, alguien a quien admiro por esta capacidad].
EliminarCuando escribí el post tenía en mente a otro tipo de persona, aquella que vive de tener ideas y quedar como "el creativo del lugar" o de la persona que espera que sus ideas las desarrollen otros… ahí es donde se pone a prueba realmente la “empatía” [palabrita de moda que aquí encaja perfectamente] que se posee para frenar la incontinencia creativa y expulsar [por no decir “parir”], la idea lentamente, para que no se rompa y le dé tiempo de enraizarse ahí donde tenga que crecer, porque, si no es para ponerlas a prueba, ¿para qué queremos las ideas?
Un abrazo, Isa.