lunes, 30 de abril de 2018

Apropiación

Junto a la voluntariedad y a la autogestión, la propiedad sobre un objetivo influye sobremanera en el grado de compromiso que la persona adquiere sobre él.

Ya se trate de impulsar un proyecto, resolver un problema o satisfacer una necesidad, la convicción de sentirlo como algo “propio” determina la responsabilidad que despierta en la persona que se ha de hacer cargo de ello.

Del mismo modo, la falta de propiedad explica la falta de presencia de aquellas personas de las que se espera que asuman la responsabilidad sobre algo que, de hecho, no es suyo. Es fácil de ver: aquel objetivo, proyecto, problema, o necesidad no es propio, es de otro y, aunque la actuación sea profesional, el grado de implicación no suele ser el mismo en la mayoría de los casos.

Tal y como espero que se intuya, el concepto de propiedad, en este contexto, no se refiere estrictamente a una posesión sobre la que se tengan todos los derechos, sino a sentir algo como perteneciente a uno y que también despierta el sentido del deber. En una organización, en una comunidad o en un equipo de trabajo, la propiedad debiera ser compartida, siendo las personas copropietarias del propósito u objetivos que la organización o el equipo pretende impulsar.

La falta de propiedad de las personas sobre aquello de las que se pretende que sean responsables es uno de los temas más importantes no resueltos en nuestras organizaciones y los motivos no son fáciles de dilucidar.

La propiedad sobre un objetivo, un proyecto o cualquier otra actuación supone la capacidad por parte de la persona propietaria, de poder modificarlos en función de los criterios que crea convenientes, ahí puede que se halle uno de los factores que hace difícil compartir o ceder la propiedad.

Siguiendo el hilo de la reflexión, dentro de la cultura industrial que sigue caracterizando nuestros modelos de trabajo, es fácil comprobar como la estructuración jerárquica de nuestras organizaciones lleva a que la mayoría de las personas trabajen sobre las propiedades de una minoría. Esta relación de propiedad-no propiedad es la que determina el grado de control y el nivel de confianza que se deposita en las personas, dos de los grandes factores que determinan el estilo de dirección. También sustenta el sistema de clases y, en consecuencia, las relaciones de poder que suelen existir entre los propietarios y los no propietarios, en la organización.

En este detalle puede que se halle otro de los motivos de la dificultad para compartir la propiedad sobre un objetivo o los resultados de un proyecto con alguien, el hecho de que ello suponga perder parte de esta propiedad y, por lo tanto, del reconocimiento social que se deriva de ello.

La fractalidad de las culturas corporativas, es decir, la inercia a seguir el mismo patrón a diferentes escalas, suele comportar que esta concentración de la propiedad y su uso por parte de unos pocos, se reproduzca también en modelos de trabajo pensados para ser horizontales, que han de basarse en el trabajo colaborativo y que requieren de un alto nivel de compromiso por parte de las personas implicadas. Ni que decir que una de las máximas dificultades para impulsar la colaboración e implicar a las personas en la consecución de un objetivo es la reticencia a hacerlas copropietarias del proyecto que han de impulsar y esto es algo que las organizaciones de hoy en día ya no se pueden permitir.


La fórmula fundamental en la que se apoyan los nuevos modelos de gestión consiste en su capacidad para hacer propietarias a las personas del proyecto en el que se han de implicar. Este proceso de apropiación exige prestar especial atención a ciertos aspectos:

> Por un lado, el proyecto, ya sea organizativo, de comunidad o de equipo, ha de tener sentido también para la persona. Ésta ha de hacer suyo el propósito, comprender su papel, el valor que aporta al conjunto y corresponsabilizarse de los resultados, sean estos los que sean.


> Se han de sustituir los clásicos mecanismos de designación, en los que se ordena a alguien que haga algo, por la invitación franca a participar y hacer suyo el proyecto. La invitación, cuando es personalizada, es un poderoso recurso de reconocimiento e influye de manera significativa en la voluntariedad de la persona. No obstante, hay que prestar especial atención a que la invitación sea sincera y que, por lo tanto, la persona tenga claro que puede denegarla sin que ello tenga más repercusiones que el de no estar donde se le ha invitado.

> Las personas, como propietarias, han de tener muy clara su capacidad de influencia y participar activamente en la construcción del proyecto. Su opinión ha de tener capacidad de cambio.

> Para finalizar, los ámbitos de responsabilidad de cada cual han de ser asumidos y respetados. La copropiedad implica también corresponsabilidad y confianza.

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La primera imagen corresponde a una obra de John William Waterhouse [1896], uno de mis pintores favoritos. Aunque la escena representa a Pandora abriendo su famosa caja, no hay que buscar más relación con el artículo que el de la actitud de la muchacha con el objeto.

La segunda imagen corresponde a “El mundo de Cristina” [Christina’s world, 1948], de Andrew Wyeth, me ha apetecido colocarla aquí. Escribí algo sobre esta obra hace ya un tiempo.

12 comentarios:

  1. Genial reflexión Manel! Me gusta mucho la paradoja de citar la relevancia de la propiedad en algo que nunca será estrictamente tuyo. Esta propiedad compartida y cimentada en la confianza es una de las claves a corto plazo de cualquier organización. En su contra juega todas aquellas invitaciones pasadas (que no eran ni "invitación" ni nada) y todo esa historia que llevan en la mochila y que impiden la confianza e imposibilitan la voluntad de querer compartir algo.

    Una abraçada!

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    1. Absolutamente de acuerdo, Robert, imponer o pseudoinvitar deja claras las expectativas reales sobre el papel que cada uno debe tener en un asunto determinado.

      Una abraçada ben forta!

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  2. Que riqueza de conceptos para explorar Manel, hay varios hilos que me tientan aunque soy consciente de que en todos ellos estaré descontextualizando del marco de trabajo en el que intuyo tu reflexión, que por supuesto comparto.

    Confieso que la palabra que da título al post me causa cierto desasosiego en todas sus formas, composiciones, derivadas, etc.: propiedad, propio, im-propio, apropiar…. Hay algún componente atávico en esta alergia, seguro.

    Algo parecido me ocurre con “voluntariedad y a autogestión” al verlas juntas, aunque en este caso es más bien escepticismo porque, ¿puede darse la primera sin la segunda… y viceversa?

    Lo que me resulta especialmente sugerente, y atinada, es la referencia a la fractalidad interpretada como patrón de inercia en las culturas corporativas, y me pregunto hasta que punto se mantiene en el resto de nuestras relaciones familiares y sociales. Me ha hecho pensar en Paulo Freire con su Pedagogía de oprimido, por aquello de repetir el mismo esquema contra el que supuestamente querríamos rebelarnos.

    Ya ves, además de descontextualizar para añadir a mi propia reflexión, traigo más preguntas que aportaciones :-(

    Un abrazo.

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    1. Hola Isa,

      Cierto que este triangulo entre propiedad, voluntariedad y autogestión está tan enganchadito que cuesta separarlos. Aunque si que creo que puede haber voluntariedad sin autogestión y viceversa. Lo que si creo es que la propiedad va íntimamente ligada a las otras dos y que es difícil verlo separado.

      Muy buena la reflexión sobre la fractalidad y la relación con P Freire, no lo había visto. Gracias por traerlo aquí con tu comentario.

      Un abrazo,

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  3. ¡Precioso Manel! Gracias. Yo no veo ningún problema entre la propiedad y que algo no llegue a ser de tuyo. Se me ocurren muchos ejemplos relacionados con motivación transcendente en las que la propiedad implica el éxito de la consecución del proyecto, o de la actividad, y, en cambio, nada es tuyo. Cuenta una historia en la Italia de grandes catedrales (me contaron que ocurrió en el transcurso de una visita de Leonardo da Vinci a una cantera)en la que el artista se fijó en un trabajador que estaba picando con ahínco pero con tiento la caliza que tenía delante. Se le acercó y preguntó a qué se debía aquella energía y cuidado en su trabajo, a pleno sol, mientras otros trabajadores de la cantera hacían lo posible para no cansarse y evitar el calor. El trabajador contestó que desconocía lo que hacían los demás pero que él estaba haciendo una catedral. Veo en aquella historia algo relacionado con la propiedad de lo que no es de uno pero en el que, sin duda, tiene una parte (fácilmente identificable o no puede ser otra cuestión).

    Imagino a muchos profesores, médicos y madres y padres que hacen mucho por sus alumnos, pacientes y por sus hijos, respectivamente, por que hacen algo que transciende o que ellos sienten algo de propiedad en su interior (en sentido de pertenencia pero no de propiedad con valor monetario). Hay muchas más profesiones públicas: bomberos, policías, especialistas geriátricos, enfermeras y enfermeros en general y... tantos otros. También hay grandes "propietarios" en la autogestión y en las compañías de propiedad privada que esperan poco o nada a cambio. Sólo quieren hacer bien su trabajo por que se sienten dueños de lo que hacen.

    El menosprecio de ese sentimiento de propiedad de los que han hecho algo de lo que se sienten orgullosos, es una clara destrucción de la persona en favor de la comunidad, cuando no hace falta destruir a la primera para ensalzar a la segunda. De hecho las dos son importantes y la comunidad no existe sin la congregación de muchos individuos. Sensu contrario, cuanto más valor haya en el individuo mayor valor tiene la comunidad, aunque cierto es que tanto lo mejor como lo peor quedan disimulados.

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    1. Creo que tu comentario ilumina y mejora muchísimo lo que he querido reflejar en el post, Joan Carles.

      Absolutamente de acuerdo con que "cuanto más valor haya en el individuo mayor valor tiene la comunidad", creo que no tenerlo en cuenta o pensar lo contrario es la herencia de aquel enfoque orientado a uniformar individuos para disolverlos [y anularlos] en el todo colectivo.

      Salutacions,

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  4. Muy interesante el post.
    Estoy de acuerdo en que no es posible poner la pasión necesaria para que un proyecto florezca sin sentirlo propio y tener la capacidad de gestionarlo de forma autónoma. Sin embargo el peligro aparece cuando esto ocurre en las organizaciones muy jerarquizadas donde existe una clara diferencia de poder, ya que se confunden responsabilidades y reconocimientos.
    Anna Loste

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    1. Sí. Cuando se vincula la propiedad con las relaciones de poder, hacer copropietarias a las personas es más difícil.

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  5. Muy interesante y evocadora reflexión, Manel!
    Yo me quedo con la imagen de Waterhouse y esa actitud de curiosidad vital de Pandora que, desde algún nivel de conciencia, sabiendo que nada pertenece a nadie, elige los procesos de "apropiación" para orientarse a la acción y sentirse interpelado como persona. Más humanismo fractal :-)
    Silvia

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    1. Una interesante perspectiva de la imagen, Silvia y, para mi, una muy buena elección :)

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  6. En su día leí en El Correo de las Indias un post (ahora no lo enceuntro) sobre la "Pirámide del Compromiso" en el cual establecía precisamente que cuanto más involucrábamos a las personas, mayor era su vínculo con la organización. Creo que encaja con esta reflexión que planteas que va más allá, con esa sensación de "poder" por poder transformar algo en lo que está implicado. Muy interesante como siempre

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  7. Gran post, muy útil para los gestores de proyectos. La propiedad aumenta los grados de compromiso en el proyecto aunque entiendo que seguirá haciendo grados de comprosimo.

    Muchas gracias por tus reflexiones que tanto nos ayudan.

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