En su obra L’Enracinement, [1943] Simone Weil advertía de la preponderancia que estaba adquiriendo en la sociedad, los derechos de las personas frente a las obligaciones de estas para con los otros.
Conviene tener en cuenta que aquí, el concepto de "obligación" no se corresponde con las normas que se imponen desde fuera de la persona, sino que ha de ser considerado como aquellos deberes que emanan de ella misma, desde el núcleo mismo de sus valores para con ella misma y para con las otras personas.
Simone Weil señalaba que un derecho no existe por si mismo, sino sólo por la obligación con la que se corresponde, que alguien sólo tiene derechos cuando otras personas consideran que tienen obligaciones hacia ella, que el concepto de “derecho” esta desprovisto de autonomía ya que depende por entero del concepto de “obligación”.
Y cómo ante esta concatenación de causas y efectos siempre cabe preguntarse qué es antes, si el derecho o la obligación, la joven filosofa atajaba cualquier duda diciendo que “una persona, considerada en sí misma, sólo tiene deberes, entre los que se encuentran los deberes hacia ella misma” y, para ejemplificarlo concluía que “una persona sola en el universo no tendría ningún derecho, pero en cambio tendría obligaciones”.
Parece que esta advertencia no tuvo toda la atención que requería y sigue vigente, ya que la tendencia sigue siendo considerarse propietaria o propietario de derechos, es decir, con "derecho propio", mientras que las obligaciones son vistas como imposiciones externas, castigos, tributos o peajes de los que liberarse. Como si avanzásemos hacia aquella sociedad imposible, del Mundo Feliz, generosa en derechos, con algunas normas para evitar el conflicto y ninguna obligación de la que sentirse responsable, una sociedad que empuja al individuo a concebirse al margen de la comunidad en la que se halla, de la que se sirve y a la que ha de servir para continuar existiendo. En definitiva una sociedad egocéntrica e infantil, totalmente inconsciente de la importancia de contribuir a lo colectivo para poder existir como miembro, como si un dedo se creyera independiente de la mano de la que forma parte.
Ante los retos que se plantean la organizaciones relacionados con compartir y colaborar, con la transferencia espontánea de conocimiento, la iniciativa de las personas en la mejora continua, con el trabajo en equipo y con todo aquello que, a fin de cuentas, depende de lo fuerte que sea el vínculo que tiene la persona con la comunidad a la que pertenece, este enfoque sobre la vivencia de los derechos y las obligaciones es muy explicativo cuando se trata de comprender los más y los menos del éxito de muchos proyectos.
La actitud de una persona es cualitativamente muy distinta cuando se apoya en el derecho o cuando lo hace en la obligación. Desde luego, no cabe esperar necesariamente lo mismo de quien se cree con el derecho a participar, a ser informado, formado o a expresar sus ideas y ser escuchado de aquella persona en la que, por el contrario, predomina la obligación de estar informada, de contribuir, de aprender o de aportar y escuchar.
No, no es lo mismo, ya que uno parte de un enfoque centrípeto basado en un flujo del entorno hacia la persona y el otro del valor que aporta esta persona a este entorno del que se siente parte, se trata de puntos de vista distintos, de verse como individuo a considerarse miembro de una comunidad.
Es muy difícil, por no decir imposible, hacer que encajen los valores que orientan el comportamiento de lo colectivo en un grupo de personas que anteponen, a cualquier obligación, sus derechos como individuos, de ahí el fracaso de muchos proyectos basados en la colaboración o en el aporte y en la ayuda mutua entre sus miembros.
Y es que, en nuestra cultura, somos de ponernos una mascara para evitar contagiarnos, no es frecuente que lo hagamos para no contaminar a los otros.
Junto al valor que se le atribuye a la autosuficiencia y la necesidad de reivindicar el propio yo, la falta de consciencia y de propiedad sobre las obligaciones es la causa más importante del debilitamiento de la comunidad, adopte esta la forma que adopte, ya sea la de un grupo de amigos, la de un equipo de trabajo o la de una Comunidad de Práctica.
Un tema preocupante donde los haya ya que supone alejarnos cada vez más del modelo natural del que partimos, aquel basado en cuidar los unos de los otros para, de este modo, fortalecer la comunidad a la que estamos enraizados y asegurar los saludables beneficios que comporta afrontar, conjuntamente, la incertidumbre que nos atenaza.
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En las imágenes, Simone Weil [1909-1943], en la primera de miliciana de las Brigadas Internacionales en la guerra civil española.
MIra que lo comentaste en nuestro último encuentro de #redca Manel, y mira qué bien viene esto para estos días y semanas que estamos viviendo. No será fácil convencer de ello pero esta distinción será esencial para poder avanzar, sin duda.
ResponderEliminarNo, no es nada fácil, entre otras cosas porqué no hay un liderazgo efectivo que promueva, realmente, estos valores. El modelo neoliberal que se sigue con fervor es anti todo esto.
EliminarUn abrazo, Juanjo!
"La actitud de una persona es cualitativamente muy distinta cuando se apoya en el derecho o cuando lo hace en la obligación"
ResponderEliminarIgual deberíamos anclar esto como punto de partida, incluso antes del "momento zero".
Es un post perfecto Manel. Aplausos.
Gracias, Isabel!! Sí, este es el punto de partida.
EliminarManel, un post soberbio, redondo. Se me había pasado. Me alegro de que lo hayas recuperado. Ya está meneado. Déjame ahora hacerte dos comentarios.
ResponderEliminarLeyéndote he pensado en lo siguiente. Cuando esos “deberes que emanan del núcleo de valores” de una persona (= obligaciones) no se ajustan con los derechos que ella misma demanda, ¿no habría que insistir en esas “normas que se imponen desde fuera”? porque si todo fuera tan natural, nunca habría desajustes entre derechos y obligaciones. Esas “normas”, por ejemplo, de “reciprocidad social” o de “pedagogía de la interdependencia” tendrían que venir desde fuera cuando esa persona no las ha emanado por sí misma. En ese escenario, no digo que “se impongan”, pero en cierto sentido habrá que acelerar el proceso “desde fuera” para que ese reajuste “emane” en la persona. Por ejemplo, una persona que exige ser informada o escuchada pero no informa ni escucha, habría que hacerle ver (desde fuera) que está siendo incongruente, lo que puede interpretarse en cierto modo como una intromisión. En fin, me parece un juego interesante, que se da mucho, ¿cómo lo ves tú?
Curioso y genial esto, un cierre brutal: “en nuestra cultura, somos de ponernos una máscara para evitar contagiarnos, no es frecuente que lo hagamos para no contaminar a los otros”. Además de muy cierto, digo que es “curioso” porque en la crisis de la Covid, ponerse una mascara no sirve para evitar contagios, sino para evitar contagiar a otros. Sin embargo, mucha gente la usa (en tus términos) como un derecho cuando en realidad está cumpliendo una obligación. Ojalá pasara eso más a menudo porque buscando lo primero, que es lo más fácil en nuestra cultura, conseguíamos también lo segundo. Sería la forma menos costosa de que la gente “se obligara” más. Es lo que llaman, en mi jerga, “colaboración por defecto”, tipo Delicious, que buscando algo egoísta contribuías a un saber colectivo. Aunque soy consciente que la verdadera solución no va por ahí. Los atajos tienen siempre un alcance limitado
Lo veo igual que tú, la falta de contribución natural, con las propias obligaciones, es una patología de la comunidad que, de no tratarse, lleva al modelo social individualista en el que, se puede decir, que ya estamos, de ahí la advertencia de S. Weil.
EliminarTambién coincido en que impulsar desde fuera estas obligaciones en forma de normas puede [debiera] adquirir formatos pedagógicos, de toma de consciencia y que, en la medida de lo posible se han de evitar los modelos impositivo-autoritarios a los que estamos acostumbrados, entre otras cosas porqué, como de sobras conocemos, infantilizan a la sociedad haciendo que, tarde o temprano, estos modelos autoritarios sean los únicos válidos para una sociedad inmadura en la que los individuos van a la suya desconfiando de las intenciones del sistema.
Pero, desde mi punto de vista, estos formatos pedagógicos, esos mecanismos de culturización social, no han de enfocarse como un tengo obligaciones luego exijo mis derechos, lo cual seguiría reforzando el modelo individualista, basado en “el control de la balanza de lo que YO obtengo a cambio a partir de lo que YO doy”, sino en la visión de que la comunidad es la fuerza de cada una de las personas que la componen y de que, por lo tanto, la clave está en aportar en función de los propios recursos.
Modelos que debían darse en la antigüedad, cuando los niveles de incertidumbre eran tan altos que la vida de la comunidad era más importante que la propia y que hemos perdido progresivamente a medida que la percepción de incertidumbre han dejado de ser tan extrema, sobre todo en países como el nuestro, tengo la percepción [no sé si fantaseada] de que en los países realmente avanzados sigue manteniéndose algo más y que las personas son más conscientes de la importancia de contribuir, con sus actuaciones, a lo común [interrumpo aquí, porqué si no parecerá otros post ;-)]
Gracias, Amalio por el feedback y la conversación!! Un abrazo.