miércoles, 3 de febrero de 2021

Puedes equivocarte


Poder equivocarse forma parte de la capacidad de decidir, es algo consustancial al nivel de autonomía del que goce un ser vivo: a más capacidad de decidir, más propensión a equivocarse, hasta aquí todo parece muy normal.

Pero no lo es tanto, en nuestras organizaciones y en nuestra cultura en general, equivocarse es algo que suele generar vergüenza, que ruboriza cuando se hace evidente  y de lo que las personas suelen esconderse ya que, errar, no es sexy y suele tomarse como un indicador del grado de torpeza del individuo, cuando no de su nivel de inteligencia. 

Vaya, que por mucho que el refranero popular y las redes sociales vayan llenas de frases del estilo de equivocarse es de sabios, a la hora de la verdad, los sabios no se llevan, o al menos nadie promociona equivocándose o admitiendo errores, es más, en según que entornos puede ser motivo suficiente como para argumentar un despido hasta el punto de hacerlo parecer del todo comprensible. 

Al menos en nuestro lado del planeta, las personas crecen a la sombra patriarcal del Mito del Héroe, aspirando a la infalibilidad como algo inherente a la manera normal de ser, dando lugar a modelos de comportamiento caracterizados por  la soberbia, la opacidad y la mentira, invisibilizando, ocultando y contribuyendo a estigmatizar la equivocación, considerándola tan y tan de humanos que se podría inferir que esperamos de nosotros y de los otros que nos comportemos poco menos que como dioses.

A pesar de basarse y alimentarse de la gestión del error, los costes de implantar la llamada cultura de la calidad, ha contribuido de manera decisiva a demonizar la equivocación, avivando la obsesión por exorcizarla de la organización y empañando sin excepción la confianza hacia quien la comete.

Pero las consecuencias de estigmatizar esa posibilidad inherente a la toma de cualquier decisión son devastadoras para la cultura corporativa, ya que vincula lo que tiene valor sólo a aquello que es útil, al logro o al éxito, potencia lo individual frente a lo colectivo alimentando la competitividad y debilitando las posibilidades de colaboración, refuerza la existencia de ganadores y perdedores y, sobre todo, introduce el término “fracaso” en el sistema de valoraciones organizativo, elevándolo a suficiente altura como para que ocupe el lugar de espada de Damocles de la toma de decisiones que se lleva a cabo en cualquier nivel de la estructura, disminuyendo la capacidad de riesgo de las personas y, con ello, frenando la iniciativa y la tan cacareada innovación: nadie innova si teme equivocarse.

Es evidente que lo deseable no es el error, que no es lógico ni lo habitual que el propósito sea equivocarse, pero al igual que la vida cobra sentido ante la presencia de la muerte, aceptar la posibilidad del error y mirar de aprovecharlo en el caso de que suceda comporta una serie de jugosos beneficios:

  • Predispone a la persona, equipo u organización a generar mecanismos de resiliencia ante las posibles contrariedades.
  • Permite muscular la autoconsciencia y la capacidad autocrítica, dos competencias emocionales de las más importantes para poner a raya el ego, desarrollar la humildad, conocer los propios límites y, con ello, valorar la complementariedad y posibilidades que nos brindan los otros.
  • Convertir el error en un recurso de aprendizaje es un rasgo evolutivo de la persona o de la organización capaz de aprender de sí misma, supone un antes y un después en la manera de concebir o relacionarse con el entorno, en el comportamiento o en la manera de hacer las cosas.
  • Aceptar la normalidad de poder equivocarse reduce la oportunidad de juzgar a las personas por sus resultados y libera de tensión la toma de decisiones, aumentando de manera considerable el bienestar de la persona consigo misma y en el seno del equipo.
  • Integrar la posibilidad de equivocarse en la cultura corporativa favorece la sinceridad de las valoraciones y la transparencia de las aportaciones y, con ello, la confianza entre las personas.
  • Poder equivocarse favorece la iniciativa, disminuye el miedo a errar, aumenta la capacidad de riesgo y, en consecuencia, es una fortaleza para cualquier política organizativa orientada a promover la innovación desde las personas.
  • Estoy convencido de que la libertad de actuación, la confianza y la autoestima que produce saberse falible y poder equivocarse, aumenta las posibilidades de lograr cualquier objetivo o, al menos, de valorar y aceptar cualquier resultado obtenido.
 

5 comentarios:

  1. Me ha gustado mucho Manel y me hace una vez más que pensar. En nuestro entorno del deporte en ocasiones hablábamos de la diferencia entre "fallo" y "error", sin cortapisas. Era algo consciente. Y los diferenciábamos de la siguiente manera (es fácil la analogía, tendría que darle una vuelta). Un tiro a canasta que no anota sería un fallo; pero un tiro a canasta realizado sin ventaja, con el defensor encima y hacerlo sabiendo que habría un compañero mejor situado era un error, porque la decisión debió ser otra. De hecho nosotros seguíamos insistiendo en que permitiríamos ambos, pero desde luego nuestro trabajo era el de limitar los errores. ¿Hasta dónde podrías los límites de la equivocación? ¿en fallos o errores subsanables o en los irreparables?

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    1. Espero que del artículo no se infiera que el error es bueno, porque esta no es la intención, pero tampoco es malo, simplemente es una posibilidad en cualquier decisión que se tome, desde la certeza en el tiro hasta el quien ha de tirar [en tu ejemplo me da la sensación de que cuando es técnico habláis de fallo y cuando es de ego/no-equipo habláis de error]

      Ni el fallo, ni el error son buenos y la tendencia ha de ser minimizarlos, para eso sirve aceptarlos, para visibilizarlo, analizarlos y aprender de ellos.

      Y es ahí donde [yo al menos] pondría los límites: No creo que sea posible o práctico poner los límites en el error porque somos falibles, pero si podemos poner límites en lo que hacemos con el error o en lo que no hacemos con él.

      Gracias por aportar, Juanjo, una alegrçía tenerte por aquí

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    2. Todo lo contrario Manel, no se infiere eso; simplemente era "mi" apunte con un ejemplo concreto.
      Cierto en lo de dónde ponemos los límites porque creo que de ahí es de donde tenemos que avanzar con todo ello.
      Gracias una vez más a ti

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  2. M'ha agradat molt l'aportació que fas dels sucosos beneficis de l'error, especialment l'apunt sobre la musculació de l’autoconsciència i l'autocrítica per afavorir la humilitat i aprofitar la oportunitat d’aprenentatge amb els altres.
    Recullo les teves aportacions i les generalitzo en àmbits no organitzacionals. Quantes vegades no ens atrevim a X per por a equivocar-nos, a no saber, a fallar. Minimitzar l’error és una responsabilitat ètica –diria-, i assumir-lo amb naturalitat, palanca a favor de la confiança.
    Com sempre, gràcies per les teves aportacions que afavoreixen mirades possibilitadores. Una abraçada, Manel!


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    1. Minimitzar l’error és una responsabilitat ètica –diria-, i assumir-lo amb naturalitat, una "qualitat humana" [afegeixo] palanca a favor de la confiança.

      Moltes gràcies a tu, Gisèle. Una abraçada

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