Las organizaciones, como las personas, puede tener, respecto a su realidad, dos planos absolutamente distintos y habitarlos al mismo tiempo: por un lado, está quienes creen que son y por el otro quienes realmente son. Esa dualidad, también puede expresarse desde la perspectiva de lo que se desea, así pues, está aquello que gustaría querer y aquello que realmente se quiere.
Sea como fuere, tal disociación no impide que, residir simultáneamente en ambos planos, sea algo habitual y se viva con absoluta normalidad tanto por parte de quien lo hace, como por parte de con quien se relaciona, las más de las veces por tratarse de un estado de consciencia compartido e incluso necesario para que pueda darse dicha relación, ya que, muchas interacciones, se dan en el plano de lo que las partes dicen ser, aunque, en su quehacer cotidiano, actúen de manera muy distinta.
Es muy fácil constatar este hecho, seguro que quien más quien menos conoce a alguien o a alguna organización que publicita y dice guiarse por valores que son opuestos a los que realmente caracterizan su forma de actuar o a los criterios a partir de los cuales toma sus decisiones o reconoce a sus personas. Se puede agitar, por ejemplo, el valor de la colaboración o de la cocreación mientras, en la práctica diaria, se promueve la competitividad, el individualismo y la autoría con nombre y apellidos.
Explicar este fenómeno desde la perspectiva de la intencionalidad, la mala idea, un querer engañar o un autoengañarse deliberado con la intención de camuflar la identidad real, es un error, ya que, las más de las veces, puede que quien lo hace, ya sea persona u organización, no sea, tan siquiera, consciente.
Es mucho más probable que este fenómeno sea uno de los rasgos de nuestro tiempo, tal es la facilidad para la superposición de planos que nos brinda el momento actual, donde parece existir un consenso cómplice en devolverse mutuamente las imágenes proyectadas para habitar de este modo el “plano del deseo” sin necesidad de realizar cambio alguno en la realidad, a lo sumo unos pocos retoques en el maquillaje para fortalecer el relato que se quiere difundir.
Tener en cuenta este fenómeno, debería ser muy importante para cualquiera, ya que se corre el peligro de vivir toda una vida paseando el mundo como a través de un pasillo lleno de espejos en el que vamos contoneándonos y mirándonos, llegando a creer la imagen que proyectamos y que se nos retorna tal cual la enviamos, por parte de quien también se mira en nosotros esperando lo mismo, en un especie de diálogo consensuado y continuo consistente en certificarse mutuamente en aquello que cada uno se quiere creer.
La proyección fractal de la vida de las personas al funcionamiento de los grupos humanos es, muy probablemente, la responsable de que suceda exactamente lo mismo en el mundo de las organizaciones, y esto determine la sinceridad o efectividad de los proyectos de cambio.
Confieso que, personalmente, este hecho está generando un dilema ético a medida que se me hace más evidente, ético y -añado-profesional, ya que es clave en lo que está determinando mis centros de interés y, por lo tanto, la orientación de mi intervención o, al menos, donde me apetecería intervenir.
En el diseño de proyectos de cambio organizativo, sucede como en el cuento de “El vestido del rey” de Christian Andersen, la elección está entre participar conscientemente de la decisión colectiva de mentir, no decir lo que se ve, hacer caso omiso de la realidad y devolverle sumisamente a la organización la imagen que quiere proyectar, o de actuar como el niño del cuento y decirle al rey que, lejos de cómo cree estar vestido, va desnudo y que muchos de los retos que se están planteando, tienen muy poco recorrido si antes no se es consciente y se pone remedio a una serie de variables enquistadas en los pliegues organizativos que impedirán que, cualquier propósito de cambio significativo respecto al momento actual, pueda hacerse efectivo.
Un ejemplo puede ser el debate actual sobre el perfil del Directivo Público y los planteamientos estratégicos para materializarlo y hacerlo realidad.
Nadie pone en duda la necesidad y lo cruciales que son los temas legales, de reconocimiento institucional y de capacitación profesional en competencias punteras propias de la sofisticación metodológica y tecnológica de nuestros tiempos.
Pero para cualquier niño que observe este desfile de ideas desde el público, se hace evidente que, limitar el debate a estos temas es absolutamente superficial y muy probablemente inefectivo si antes o paralelamente no se desarrollan y llevan a cabo con igual ahínco y sonoridad estrategias para:
- RECUPERAR EL TIEMPO QUE ESTAMOS PERDIENDO CONTINUAMENTE con la impaciencia que anega nuestro día a día, una falta de contención derivada del valor que se le da a la urgencia y a la necesidad de obtener resultados rápidos de cualquier acción, incluso de aquellos proyectos que, por su complejidad, requieren de una cocción más lenta. Conviene recordar que la urgencia es la mejor contribución que se está haciendo a crear organizaciones, equipos e, incluso, vidas sin ningún futuro por haberse quedado, literal y crónicamente, sin tiempo, de ahí este “recuperar el tiempo perdido” del inicio del apartado.
- ORIENTAR LA DIRECCIÓN AL SERVICIO ante el elitismo que de manera más o menos explicita persiste en muchas estructuras organizativas y en el que se invierte la relación de quien ha de aportar a quien, de tal manera que, cada nivel inferior, puede que se oriente, en muchos casos, a satisfacer las necesidades de los niveles superiores, en el mismo momento en que estos las exigen y a costa de cualquier otro compromiso adquirido con anterioridad con cualquier nivel estructural considerado menos importante; necesidades que, además, puede que no tengan más urgencia que la derivada de la impaciencia y falta de contención destacada en el punto anterior.
- IMPULSAR UNA CULTURA DEL APRENDER DEL ERROR que contrarreste la estigmatización que todavía supone para la persona el hecho de equivocarse o tener que rectificar, un hecho que impacta directamente en la disminución de la capacidad de riesgo y, en consecuencia, en la falta de iniciativa, la dificultad para innovar y, en general, en la posibilidad que se haga nada que no se sepa, a priori, cómo va a resultar.
- FOMENTAR LA AUTOCONSCIENCIA ante el poco valor y banalización del autoconocimiento como parte inseparable del desarrollo profesional y de la capacidad de querer aprender en el sentido más profundo y amplio de querer cambiar. Sin ello, es imposible un liderazgo nivel cinco, sincero, del tipo que proclamaba Jim Collins y que tan necesario se hace en un momento en el que el equipo y las personas han de estar en el centro.
Y en esto estoy…
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En la imagen la Ilustración de Vilhelm Pedersen (1820-1859) para El rey desnudo, el primer ilustrador de Andersen.
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