Está
claro que la comunicación es consustancial a lo humano. En general suele
establecerse un antes y un después en la evolución de los homínidos a partir de
las evidencias sobre la utilización de la comunicación para fortalecer lazos de
relación y facilitar la coordinación o la colaboración en el logro de retos
difíciles de conseguir individualmente.
Delfines,
ballenas, abejas, chimpancés y una inacabable relación que abarca a la mayoría
de seres vivos, nos indican que no somos los únicos que nos comunicamos y que,
la comunicación es determinante para la
seguridad y la supervivencia de, prácticamente, todo ser viviente y no sólo
sintiente, ya que sabemos que incluso los árboles
desarrollan amplias redes de comunicación que les permiten ayudarse entre sí y
alertarse de posibles peligros.
No
obstante, la extraordinaria complejidad de la comunicación entre los humanos,
tanto en lo que se refiere a la diversidad de códigos existentes como a su
utilización más allá de satisfacer necesidades básicas de supervivencia, hacen
de este mecanismo el emblema de nuestra inteligencia y la clave de la evolución
de la especie: somos lo que somos y hemos llegado donde estamos por nuestra
competencia comunicativa.
Esta
introducción es importante para no olvidar y partir siempre de la base de que
la comunicación es inherente a cualquier grupo humano y surge de manera
inevitable, espontánea y natural cuando las personas necesitan de las otras ya
sea para intercambiar información, para cooperar o, simplemente, para afrontar
la incertidumbre del entorno en compañía.
Es
decir, en el caso de una organización, la comunicación, no debería plantear en
principio más problemas que los de establecer, visibilizar y facilitar el
acceso a aquellos escenarios que se prevén como necesarios pero que no surgirán
de manera espontánea debido a la complejidad estructural o procurar los canales,
la tecnología y la formación necesaria para poder aprovecharlos de manera
eficaz y eficiente.
Este
tipo de necesidades para abordar el tema de la comunicación solemos
encontrarlos y tienen sentido en aquellas organizaciones o equipos que empiezan
o que han variado su estructura o su actividad y deben replantearse su manera
de hacer para vencer antiguas inercias, ganar en eficiencia o no dejar a nadie
fuera.
Pero
cuando un equipo o una organización ya tiene un cierto recorrido y de manera
recurrente se queja de problemas de comunicación, acudir a un estudio de la
comunicación interna que parta de nuevo de las necesidades para proponer nuevos
mecanismos, suele ser la manera más frecuente de darle una patada al balón para
volver a encontrarlo más adelante, ya que, seguramente, no se deba a la
existencia o no de canales, tecnología o de escenarios suficientes sino que lo
más probable es que se deba a su modo de ser o no ser utilizados, es decir, a
la actitud o a las habilidades de las personas.
La
comunicación entre dos o más personas, un equipo o en el seno de una
organización se apoya en tres grandes pilares: La necesidad, la posibilidad y
la voluntad y cada uno de ellos suele tener algo de responsabilidad en los
déficits de comunicación interna detectados.
NECESIDAD:
Es evidente que la comunicación tiene muchas posibilidades de llevarse a cabo
cuando es útil para dar respuesta a una necesidad, hasta aquí, todas y todos
estamos de acuerdo, pero también es importante tener presente que las personas
pueden no coincidir entre lo que es necesidad o no y en la utilidad de
comunicarse en un momento dado.
De
la misma manera, también cabe la posibilidad de que la utilidad de la
comunicación no siempre responda a un interés colectivo o compartido con la
otra persona, de sobras sabemos que hay quien habla por una necesidad personal
de hablar, al margen de la necesidad que tenga de escucharle aquella persona
que ha elegido como interlocutora y, al contrario, también hay quien no se
comunica por preferir instalarse en los beneficios que le reporta fantasear con
su individualidad.
También
hay que tener en cuenta que el nivel de necesidad es directamente proporcional
a la importancia que tiene comunicarse y, esa importancia, determina los recursos
que se movilizan para satisfacerla. Uno de esos recursos es el tiempo, así que,
no hay que dudarlo, cuando alguien argumenta que no dispone de tiempo para
comunicar es porque no lo considera importante, o al menos tanto como para todo
aquello para lo que sí tiene tiempo, no hay más.
POSIBILIDAD:
Es evidente que las personas hacen lo que pueden hacer y esta posibilidad viene
determinada por estar en posesión o disponer de recursos para poder hacerlo, el
tema es así de sencillo.
Los
recursos para comunicarse pueden ser de distinta naturaleza y más o menos
sofisticados pero no se reducen tan sólo a la existencia de un canal o a la
posible tecnología para soportarlo, también se requiere de conocimiento sobre
el propósito al que obedece la comunicación, de competencia comunicativa y, otra
vez, de tiempo, Ya que, como sabemos, el desconocimiento sobre el objetivo de
comunicarse, la falta de habilidades comunicativas -tanto en la forma como en
el fondo- o los criterios a partir de los cuales la organización distribuye el
recurso “tiempo”, pueden reducir severamente la posibilidad de comunicarse o
hacerlo de manera efectiva.
VOLUNTAD:
Necesitar y poder no es lo único que determina la comunicación en los grupos
humanos y cualquier aproximación que se centre tan sólo en estos factores es
ingenua o, cuanto menos, peligrosamente sesgada ya que no permite disponer de
una visión completa del tema, también se ha de querer, ya que, por mucho que se
necesite y se disponga de recursos, cuando las personas no quieren no hacen o,
como mucho, no lo hacen como mejor saben hacerlo.
Los
determinantes nucleares por los que una persona no quiera hacer algo, pueden
ser complejos e incluso desconocidos para la misma persona, lo cual hace de la
voluntad un tema espinoso y oscuro, de ahí quizás el motivo por el que se pase
por encima, se lleve al terreno del comentario informal o directamente se huya
cuando se llevan a cabo proyectos para la mejora de la comunicación interna.
Así
cómo la relación entre necesidad y posibilidad es clara, la voluntad también
está íntimamente ligada a ellas ya que, la persona puede estar más o menos
inclinada a comunicarse en la medida en que es consciente del impacto que tiene
hacerlo y en función de la importancia que intuya que tiene la comunicación a
partir de los recursos que pone a su disposición la organización, y aquí
conviene recordar que un recurso por excelencia es el tiempo. Es absurdo
depositar siempre la responsabilidad en la voluntad de las personas y,
paralelamente, limitar los recursos de estas.
Pero
querer hacer también depende de otras variables ajenas a la necesidad o la
posibilidad de hacerlo y desprenderse de aspectos personales de distinta índole,
normalmente vinculados a la sensación de bienestar en el equipo o en la
organización y más o menos conscientes o reconocidos por la propia persona. La
química interpersonal, el reconocimiento, el respeto, la confianza son, por
ejemplo, algunos de los factores que pueden determinar el que una persona se
sienta más o menos implicada con las necesidades de comunicación de un equipo.
Necesidad,
posibilidad y voluntad determinan la salud comunicativa de un equipo de ahí
que, si tienes problemas con la comunicación interna, sea conveniente analizarlos
tanto juntos como por separado, así como plantearte que hará falta actuar en
cada uno de ellos.
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En la imagen, pinturas
de la Roca del Moros del Cogul (les Garrigues, Lleida)