lunes, 23 de septiembre de 2024

Lóbulo frontal, lóbulo social

 


He dividido el artículo en dos partes: en primer lugar, presentaré al lóbulo frontal recordando la dimensión funcional de esta área cerebral. En segundo lugar, pondré el foco en su papel clave como lóbulo social que es donde quiero centrar la reflexión.

LÓBULO FRONTAL

Mi interés por el lóbulo frontal del cerebro humano se remonta a 1987, cuando junto al Dr. Jordi Olivella i Rius, sistematizamos la forma de explorarlo neuropsicológicamente. En aquel entonces, aún había quienes lo consideraban una zona prácticamente muda del cerebro, mientras que otros lo veían como el centro de toda la organización de la actividad nerviosa superior. Ambas posturas estaban respaldadas por numerosas pruebas que corroboraban sus respectivos puntos de vista. El momento era muy excitante.

En esa época, aún no se sabía nada sobre las neuronas espejo; habría que esperar hasta 1992 para que G. Rizzolatti y su equipo las describieran. Sin embargo, los experimentos de F. Lhermitte con pacientes que sufrían lesiones en la zona prefrontal ya anticipaban lo que estaba por venir diez años después. Lhermitte, en 1983, describió el síndrome de Utilización, en el cual los pacientes con lesiones frontales mostraban una compulsión por utilizar objetos de su entorno inmediato, incluso cuando su uso no era necesario ni apropiado. Por ejemplo, si veían varias gafas sobre una mesa, se las ponían todas, sin tener ningún motivo racional para hacerlo.

Estos experimentos también llevaron a Lhermitte a describir el síndrome de Imitación, donde los pacientes presentaban una compulsión automática e involuntaria por imitar los gestos o acciones de otras personas. Copiaban los movimientos o expresiones faciales de quienes les rodeaban, sin poder evitarlo.

Estos trastornos sugerían que el lóbulo frontal desempeña un papel crucial en el control de la acción voluntaria, un control que se ve alterado tras la lesión. De hecho, en aquella época solíamos referirnos a estos pacientes como "frontalizados" o "liberados frontalmente", términos que describían ese descontrol conductual característico de las lesiones frontales.

El lóbulo frontal es responsable de funciones ejecutivas clave, como el control de impulsos, la planificación, la toma de decisiones y la autorregulación emocional. Esta estructura permite una serie de capacidades fundamentales para la vida cotidiana, como la programación y la secuenciación ordenada de conductas complejas, la capacidad de atender a varios procesos simultáneamente, y la habilidad para captar el punto esencial y el contexto de situaciones complejas. Además, el lóbulo frontal nos ayuda a resistir distracciones e interferencias, a seguir un proceso paso a paso hasta lograr un objetivo final, a inhibir la tendencia a responder de manera inmediata a un estímulo y a mantener una conducta sostenida a lo largo del tiempo.

Cuando esta área del cerebro se ve afectada, las personas pueden mostrar comportamientos desinhibidos o inmaduros, volviéndose pueriles, irreverentes, desaseadas o irascibles. Otras pierden la espontaneidad, la curiosidad o la iniciativa. También pueden surgir dificultades para razonar o resolver problemas, acompañadas de una incapacidad para postergar la gratificación, una disminución de la tolerancia a la frustración o incluso la pérdida de empatía, lo que puede llevar, incluso a comportamientos antisociales sin rastro de remordimiento. ¡Vaya! el vivo retrato de Mr. Hyde, el alter ego bestial del Dr. Jekyll, el personaje de Robert Louis Stevenson que encarna ese descontrol impulsivo y la falta de inhibición que son propias de los trastornos frontales. Y es que la hominización y el desarrollo del lóbulo frontal van de la mano, como se refleja en el aumento progresivo de la frente a lo largo de los distintos estadios de la evolución humana. Una de las diferencias distintivas entre los primeros homínidos y el Homo sapiens actual radica precisamente en este desarrollo, que ha permitido el surgimiento de capacidades cognitivas complejas.

Los lóbulos frontales ocupan un tercio de la corteza cerebral en el ser humano. Los avances en neuroimagen han permitido confirmar que, aunque muchas otras áreas del cerebro alcanzan su madurez antes, el lóbulo frontal es una de las últimas regiones en completar su desarrollo.

Según las últimas investigaciones, el lóbulo frontal en los humanos, sigue madurando hasta aproximadamente los 25 años de edad. Este proceso de maduración implica la mielinización (recubrimiento de los axones de las neuronas con mielina, lo que aumenta la velocidad de transmisión de señales) y la poda sináptica (eliminación de conexiones neuronales no utilizadas para hacer más eficientes las redes neuronales). Ambos fenómenos contribuyen a una mayor capacidad de razonamiento y autorregulación. Esto tiene implicaciones, por ejemplo, para la comprensión del comportamiento adolescente, donde las dificultades para regular emociones e impulsos se asocian a una inmadurez relativa de esta área cerebral. Es bueno saberlo.

La maduración del lóbulo frontal está influenciada por una combinación de factores internos y factores externos. En cada individuo, el desarrollo del lóbulo frontal sigue un curso natural determinado por la genética, lo que garantiza por sí mismo la adquisición de ciertas capacidades cognitivas básicas, como el control de impulsos y la toma de decisiones sencillas. Sin embargo, muchas otras habilidades, como la regulación emocional, la planificación compleja, la capacidad de contención y de espera o la empatía, deben muscularse a través del aprendizaje y la interacción social. Es a través de la educación, las experiencias cotidianas y las relaciones interpersonales que el lóbulo frontal "se ejercita", potenciando funciones ejecutivas y sociales que no se alcanzan plenamente por sí solas.

LÓBULO SOCIAL

En los últimos tiempos, se ha escrito mucho sobre cómo la hiperestimulación sensorial, la multitarea digital y la gratificación instantánea están afectando negativamente la maduración del lóbulo frontal. En su obra Prohibido repetir, Gregorio Luri denuncia la baja exigencia educativa y cómo hoy en día, por ejemplo, “la palabra repetición evoca enseguida daños emocionales en el repetidor, ignorando los perjuicios a los que se condena de por vida a aquellos que finalizan su enseñanza obligatoria con dificultades severas a la hora de comprender un texto mínimamente complejo”.

De manera similar, Byung-Chul Han, en El espíritu de la esperanza, critica la moda de la psicología positiva y el optimismo militante, resaltando la necesidad de aprender a tolerar las contrariedades y contener la búsqueda de placer inmediato para armarse de tiempo y poder hacer una gestión efectiva de la realidad diversa en la que vivimos. Ambos autores subrayan la importancia de aprender a esperar y enfrentar la frustración para madurar, un proceso paralelo al paso del Principio de placer al Principio de realidad descrito por S. Freud y que se concreta en la maduración del lóbulo frontal. Este fenómeno podría explicar algunos de los cambios observados en nuestra forma de interactuar, gestionar las emociones, la impaciencia y el creciente individualismo con la consecuente falta de empatía que se perciben en la sociedad actual.

La frontalización está íntimamente ligada a la sociabilización, pues permite desarrollar habilidades esenciales como la tolerancia a la frustración, la escucha activa, la previsión y el control de impulsos. Estas capacidades, que son esenciales para una convivencia saludable, dependen de un cerebro capaz de contener respuestas impulsivas y de perseverar en tareas a largo plazo. Sin embargo, el entorno social actual no fomenta la paciencia ni la tolerancia a la frustración. La facilidad con la que accedemos a recompensas inmediatas y la falta de oportunidades para desarrollar la persistencia van en contra de los mecanismos que permiten la maduración del lóbulo frontal. Escuchar, esperar y planificar son habilidades que requieren tiempo y esfuerzo, pero en la actualidad no tenemos una cosa y evitamos la otra, lo que lleva a comportamientos caprichosos e impulsivos.

Para superar esta situación, es esencial recuperar el valor de la disciplina (palabra a la que, actualmente se asocian connotaciones negativas), el esfuerzo sostenido y la capacidad de gestionar pequeñas frustraciones en la vida contidiana. Estos elementos no solo contribuyen a la maduración del lóbulo frontal, sino que, en consecuencia, también fortalecen nuestras habilidades sociales. La empatía, la toma de decisiones conscientes y el respeto mutuo dependen de un cerebro entrenado en la reflexión y la autocontención, lo que nos permite interactuar de manera más equilibrada y responsable. Estas habilidades son clave para enfrentar los importantes desafíos que hemos de afrontar como sociedad.

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Con este artículo doy por cerrado este ciclo de artículos relacionados con el cerebro dedicados a Carmen Arasanz Latorre, pionera de la Neuropsicología en nuestro país, mi maestra y amiga, que ha fallecido hace poco y a la que recuerdo con admiración, gratitud y cariño.


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