He
dividido el artículo en dos partes: en primer lugar, presentaré al lóbulo
frontal recordando la dimensión funcional de esta área cerebral. En segundo
lugar, pondré el foco en su papel clave como lóbulo social que es donde quiero
centrar la reflexión.
LÓBULO
FRONTAL
Mi
interés por el lóbulo frontal del cerebro humano se remonta a 1987, cuando
junto al Dr. Jordi Olivella i Rius, sistematizamos la forma de explorarlo neuropsicológicamente. En
aquel entonces, aún había quienes lo consideraban una zona prácticamente muda
del cerebro, mientras que otros lo veían como el centro de toda la organización
de la actividad nerviosa superior. Ambas posturas estaban respaldadas por
numerosas pruebas que corroboraban sus respectivos puntos de vista. El momento
era muy excitante.
En esa
época, aún no se sabía nada sobre las neuronas espejo; habría que esperar hasta 1992 para que G.
Rizzolatti y su equipo las describieran. Sin embargo, los experimentos de F. Lhermitte con pacientes que sufrían lesiones en la zona
prefrontal ya anticipaban lo que estaba por venir diez años después. Lhermitte,
en 1983, describió el síndrome de Utilización, en el cual los pacientes
con lesiones frontales mostraban una compulsión por utilizar objetos de su
entorno inmediato, incluso cuando su uso no era necesario ni apropiado. Por
ejemplo, si veían varias gafas sobre una mesa, se las ponían todas, sin tener
ningún motivo racional para hacerlo.
Estos
experimentos también llevaron a Lhermitte a describir el síndrome de
Imitación, donde los pacientes presentaban una compulsión automática e
involuntaria por imitar los gestos o acciones de otras personas. Copiaban los
movimientos o expresiones faciales de quienes les rodeaban, sin poder evitarlo.
Estos
trastornos sugerían que el lóbulo frontal desempeña un papel crucial en el
control de la acción voluntaria, un control que se ve alterado tras la lesión.
De hecho, en aquella época solíamos referirnos a estos pacientes como
"frontalizados" o "liberados frontalmente", términos que
describían ese descontrol conductual característico de las lesiones frontales.
El
lóbulo frontal es responsable de funciones ejecutivas clave, como el control de
impulsos, la planificación, la toma de decisiones y la autorregulación
emocional. Esta estructura permite una serie de capacidades fundamentales para
la vida cotidiana, como la programación y la secuenciación ordenada de
conductas complejas, la capacidad de atender a varios procesos simultáneamente,
y la habilidad para captar el punto esencial y el contexto de situaciones
complejas. Además, el lóbulo frontal nos ayuda a resistir distracciones e
interferencias, a seguir un proceso paso a paso hasta lograr un objetivo final,
a inhibir la tendencia a responder de manera inmediata a un estímulo y a
mantener una conducta sostenida a lo largo del tiempo.
Cuando
esta área del cerebro se ve afectada, las personas pueden mostrar
comportamientos desinhibidos o inmaduros, volviéndose pueriles, irreverentes,
desaseadas o irascibles. Otras pierden la espontaneidad, la curiosidad o la
iniciativa. También pueden surgir dificultades para razonar o resolver
problemas, acompañadas de una incapacidad para postergar la gratificación, una
disminución de la tolerancia a la frustración o incluso la pérdida de empatía,
lo que puede llevar, incluso a comportamientos antisociales sin rastro de
remordimiento. ¡Vaya! el vivo retrato de Mr. Hyde, el alter ego bestial del Dr. Jekyll, el personaje
de Robert Louis Stevenson que encarna ese descontrol impulsivo y la falta de
inhibición que son propias de los trastornos frontales. Y es que la
hominización y el desarrollo del lóbulo frontal van de la mano, como se refleja
en el aumento progresivo de la frente a lo largo de los distintos estadios de
la evolución humana. Una de las diferencias distintivas entre los primeros
homínidos y el Homo sapiens actual radica precisamente en este desarrollo, que
ha permitido el surgimiento de capacidades cognitivas complejas.
Los
lóbulos frontales ocupan un tercio de la corteza cerebral en el ser humano. Los
avances en neuroimagen han permitido confirmar que, aunque muchas otras áreas
del cerebro alcanzan su madurez antes, el lóbulo frontal es una de las últimas
regiones en completar su desarrollo.
Según
las últimas investigaciones, el lóbulo frontal en los humanos, sigue madurando
hasta aproximadamente los 25 años de edad. Este proceso de maduración implica
la mielinización (recubrimiento de los axones de las neuronas con
mielina, lo que aumenta la velocidad de transmisión de señales) y la poda
sináptica (eliminación de conexiones neuronales no utilizadas para hacer
más eficientes las redes neuronales). Ambos fenómenos contribuyen a una mayor
capacidad de razonamiento y autorregulación. Esto tiene implicaciones, por
ejemplo, para la comprensión del comportamiento adolescente, donde las
dificultades para regular emociones e impulsos se asocian a una inmadurez
relativa de esta área cerebral. Es bueno saberlo.
La
maduración del lóbulo frontal está influenciada por una combinación de factores
internos y factores externos. En cada individuo, el desarrollo del lóbulo
frontal sigue un curso natural determinado por la genética, lo que garantiza
por sí mismo la adquisición de ciertas capacidades cognitivas básicas, como el
control de impulsos y la toma de decisiones sencillas. Sin embargo, muchas
otras habilidades, como la regulación emocional, la planificación compleja, la
capacidad de contención y de espera o la empatía, deben muscularse a través del
aprendizaje y la interacción social. Es a través de la educación, las
experiencias cotidianas y las relaciones interpersonales que el lóbulo frontal
"se ejercita", potenciando funciones ejecutivas y sociales que no se
alcanzan plenamente por sí solas.
LÓBULO
SOCIAL
En los
últimos tiempos, se ha escrito mucho sobre cómo la hiperestimulación sensorial,
la multitarea digital y la gratificación instantánea están afectando
negativamente la maduración del lóbulo frontal. En su obra Prohibido repetir, Gregorio Luri denuncia la baja exigencia
educativa y cómo hoy en día, por ejemplo, “la palabra repetición evoca
enseguida daños emocionales en el repetidor, ignorando los perjuicios a los que
se condena de por vida a aquellos que finalizan su enseñanza obligatoria con
dificultades severas a la hora de comprender un texto mínimamente complejo”.
De
manera similar, Byung-Chul Han, en El espíritu de la esperanza, critica la moda de la psicología positiva y el
optimismo militante, resaltando la necesidad de aprender a tolerar las contrariedades y contener la búsqueda de placer
inmediato para armarse de tiempo y poder hacer una gestión efectiva de
la realidad diversa en la que vivimos. Ambos autores subrayan la importancia de aprender a esperar y
enfrentar la frustración para madurar, un proceso paralelo al paso del Principio de placer al Principio de
realidad descrito por S. Freud y que se
concreta en la maduración del lóbulo frontal. Este fenómeno podría explicar
algunos de los cambios observados en nuestra forma de interactuar, gestionar
las emociones, la impaciencia y el creciente individualismo con la consecuente
falta de empatía que se perciben en la sociedad actual.
La
frontalización está íntimamente ligada a la sociabilización, pues permite
desarrollar habilidades esenciales como la tolerancia a la frustración, la
escucha activa, la previsión y el control de impulsos. Estas capacidades, que
son esenciales para una convivencia saludable, dependen de un cerebro capaz de
contener respuestas impulsivas y de perseverar en tareas a largo plazo. Sin
embargo, el entorno social actual no fomenta la paciencia ni la tolerancia a la
frustración. La facilidad con la que accedemos a recompensas inmediatas y la
falta de oportunidades para desarrollar la persistencia van en contra de los
mecanismos que permiten la maduración del lóbulo frontal. Escuchar, esperar y
planificar son habilidades que requieren tiempo y esfuerzo, pero en la
actualidad no tenemos una cosa y evitamos la otra, lo que lleva a comportamientos
caprichosos e impulsivos.
Para
superar esta situación, es esencial recuperar el valor de la disciplina (palabra
a la que, actualmente se asocian connotaciones negativas), el esfuerzo
sostenido y la capacidad de gestionar pequeñas frustraciones en la vida
contidiana. Estos elementos no solo contribuyen a la maduración del lóbulo
frontal, sino que, en consecuencia, también fortalecen nuestras habilidades
sociales. La empatía, la toma de decisiones conscientes y el respeto mutuo
dependen de un cerebro entrenado en la reflexión y la autocontención, lo que
nos permite interactuar de manera más equilibrada y responsable. Estas
habilidades son clave para enfrentar los importantes desafíos que hemos de afrontar
como sociedad.
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Con este
artículo doy por cerrado este ciclo de artículos relacionados con el cerebro
dedicados a Carmen Arasanz Latorre, pionera de la Neuropsicología en
nuestro país, mi maestra y amiga, que ha fallecido hace poco y a la que
recuerdo con admiración, gratitud y cariño.
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