lunes, 17 de febrero de 2025

¿En realidad importa el liderazgo tanto como se dice?

 

En una de sus charlas, Simon Sinek expone cómo los navy seals eligen a sus líderes. No buscan únicamente a quienes obtienen el mejor rendimiento individual, sino a quienes generan más confianza dentro del equipo. Prefieren a alguien con un desempeño medio pero altamente fiable, antes que a alguien que nadie quiere tener cerca en una situación de riesgo. Para ellos, el liderazgo no se mide sólo por las habilidades técnicas, sino principalmente por la capacidad de inspirar, cohesionar y fortalecer al equipo.

Sin embargo, en muchas organizaciones, especialmente en el ámbito público, la selección de personas con responsabilidades directivas no suele basarse en su capacidad de liderazgo ni en su habilidad para gestionar equipos. En lugar de ello, los criterios de selección responden a una lógica diversa y, en algunos casos, arbitraria: la antigüedad, el dominio de conocimientos técnicos específicos o, simplemente, la confianza que generan en su superior inmediato por su aparente capacidad de garantizar estabilidad, evitar conflictos y asegurar la obtención de resultados con el mínimo ruido posible.

Esta realidad provoca una paradoja organizativa: quienes deberían inspirar, cohesionar y potenciar el talento de sus equipos son elegidos sin que se evalúe su capacidad real para generar confianza, fomentar el compromiso o gestionar la diversidad de estilos y motivaciones dentro del grupo. La falta de mecanismos formales para medir estas competencias agrava el problema, ya que la idoneidad de una persona para el liderazgo queda, en el mejor de los casos, supeditada a la intuición de quien conduce el proceso de selección.

A menudo, es el futuro superior jerárquico quien tiene la última palabra en la elección de los directivos intermedios. Sin embargo, este criterio introduce un nuevo sesgo: el de la afinidad personal o el llamado “olfato” del seleccionador, que no necesariamente responde a criterios objetivos ni a las verdaderas necesidades del equipo que será liderado. Además, nada garantiza que quien toma la decisión posea, a su vez, las competencias necesarias para evaluar el liderazgo en otros. De este modo, el proceso de selección de directivos termina reproduciendo dinámicas de confort, redes de confianza personal y esquemas de autoridad que priorizan la estabilidad por encima del desarrollo organizativo y del bienestar de los equipos.

Esto no significa que todas las personas que ocupan estos cargos carezcan de la capacidad para liderar. Como en todo, hay de todo. Existen equipos que cuentan con responsables realmente comprometidos, que se autoevalúan, se exigen mejorar y asumen su rol con una vocación clara de servir al equipo. Sin embargo, el problema radica en que este tipo de liderazgo no suele ser reconocido ni incentivado dentro de la organización. Estas personas no son necesariamente vistas como referentes ni son seleccionadas como modelos a seguir dentro de la estructura directiva.

En realidad, el estilo directivo no responde a un criterio organizativo definido, sino a la sensibilidad, el propósito y la orientación ideológica de la persona que ocupa el cargo. Esto implica que la calidad del liderazgo dentro de una organización puede depender más del azar —de quién accede a cada puesto— que de un diseño intencionado para garantizar que los equipos cuenten con líderes capacitados y comprometidos con su desarrollo.

Cuando se habla de este problema, normalmente en conversaciones informales, existe un consenso generalizado sobre su impacto devastador. Se reconoce que la falta de criterios claros en la selección de directivos y la ausencia de una cultura que valore el liderazgo generan ineficiencia, desmotivación, malestar y pérdida de talento. Sin embargo, cuando este tema logra llegar al seno de la organización —si es que llega—, rara vez se aborda como un asunto estratégico y urgente. Nadie parece sentirse con la capacidad o la voluntad de ponerle el cascabel al gato y, los altos cargos, absorbidos por sus propios intereses políticos y por una agenda repleta de urgencias, suelen estar demasiado alejados de las dinámicas reales de los equipos como para concederle importancia o siquiera parte de su valioso tiempo. En lugar de ser tratado como una prioridad organizativa, se acepta como una variable estructural con la que simplemente hay que aprender a convivir.

A lo sumo, la mayoría de organizaciones destinan recursos para aquellas personas que consideran que necesitan reforzar sus capacidades de liderazgo. Estos recursos suelen adoptar la forma de cursos, másteres costosos o, en algunos casos, sesiones de coaching y otras fórmulas de acompañamiento con nombres sofisticados. Pero aquí surge una paradoja: las personas que se acercan a estos recursos de manera voluntaria suelen ser precisamente las más sensibles al tema, las que ya poseen una inquietud real por mejorar su capacidad de liderazgo. En cambio, aquellos cargos que consideran que estas cuestiones son secundarias o incluso irrelevantes tienden a ignorarlas por completo.

El resultado es un círculo vicioso: se refuerzan las competencias de quienes ya tenían sensibilidad y predisposición para mejorar, mientras que los perfiles que más necesitarían desarrollar habilidades de liderazgo simplemente evitan hacerlo. Así, la organización perpetúa una estructura donde la excelencia en la dirección de equipos sigue dependiendo más de la voluntad individual que de un diseño intencional para garantizar que quienes lideran realmente sepan hacerlo.

Aunque necesaria, la formación no es la panacea que acaba con la deficiencia de estilos, comportamientos y actitudes directivas . Se trata sólo de un recurso más y mucho me temo que no de los más importantes a la hora de poner orden y enfocar este aspecto tan importante para el desarrollo funcional de una organización que aspire a ser eficaz, eficiente y gozar de unas cotas de bienestar que aseguren el compromiso, el bienestar y la calidad en la prestación de servicio de las personas que colaboran en ella.

Hacia una dirección intencionada

Para revertir esta situación, es imprescindible adoptar un enfoque estructurado que garantice que las personas en posiciones de liderazgo realmente cumplan con su papel. Algunas acciones clave son las siguientes:

1.  Definir expectativas claras sobre el liderazgo: Es fundamental dejar en negro sobre blanco qué se espera de quienes ocupan cargos de responsabilidad, ya sean directivos, mandos intermedios o jefes de proyecto. No basta con exigir resultados o tener determinados puntos; es necesario definir qué comportamientos, actitudes y valores deben guiar su actuación. Estas expectativas deben ser claras, es decir: comprensibles, concretas y no sujetas a interpretaciones ambiguas.

2. Basar la selección en estas expectativas: Los procesos de selección deben sustentarse en criterios alineados con las expectativas de liderazgo. No se trata solo de evaluar competencias técnicas, sino de valorar la capacidad de liderar equipos, generar confianza, fomentar el compromiso, comunicar y gestionar la diversidad. Para ello, es crucial profesionalizar la selección y disponer de herramientas de evaluación -que las hay- que permitan identificar estas habilidades.

3. Desarrollar programas de formación y acompañamiento continuos: El liderazgo no es una habilidad estática ni un conocimiento adquirido de una vez y para siempre. Más allá de la formación inicial, es necesario ofrecer recursos permanentes de desarrollo, como talleres, sesiones de buenas prácticas, asesoramiento y espacios de codesarrollo entre directivos. El aprendizaje en liderazgo debe integrarse en la dinámica organizativa, facilitando la reflexión sobre la propia práctica y el aprendizaje entre pares. Un liderazgo efectivo requiere de una cultura organizativa que haga evidente la importancia que le concede a la dirección consciente de los equipos.

4. Evaluar el liderazgo de manera periódica: Es imprescindible realizar un seguimiento sistemático del desempeño directivo para verificar su alineación con los criterios organizativos. Esta evaluación no debe ser un trámite burocrático ni una simple revisión de indicadores de rendimiento, sino un proceso continuo que permita identificar tanto buenas prácticas como áreas de mejora. Las evaluaciones 360°, las encuestas de clima organizacional y el análisis de indicadores de bienestar y desempeño de los equipos pueden ser herramientas indicadas para ello.

5. Intervenir en casos disfuncionales: No todas las personas en posiciones de liderazgo cumplen con los estándares esperados, y la organización debe contar con mecanismos para abordar estos casos. Es necesario establecer procedimientos claros para intervenir cuando una dirección es perjudicial para el equipo, ya sea mediante un refuerzo formativo, acompañamiento especializado o, si es necesario, la sustitución de la persona que ocupa el cargo directivo. No se trata de sancionar el error, sino de garantizar que los equipos cuenten con profesionales de la dirección que realmente contribuyan a su desarrollo y bienestar. En última instancia, proteger a los equipos del impacto de una dirección ineficaz es una responsabilidad que ninguna organización debiera eludir.

El desafío, por tanto, no es menor. Si se quiere contar con directivas y directivos capaces de potenciar a sus equipos, es imprescindible redefinir los criterios de selección, diseñar metodologías específicas para evaluar la capacidad de liderazgo y establecer sistemas que garanticen que quienes ocupan posiciones de responsabilidad no solo sean técnicamente competentes, sino también hábiles en la gestión de personas y en la construcción de confianza.

De lo contrario, se perpetuarán estructuras jerárquicas ineficaces, donde el liderazgo seguirá dependiendo del azar, la inercia o los intereses particulares. Y mientras esto ocurra, la organización se verá atrapada en un ciclo donde el talento seguirá abandonando los equipos y la desmotivación y la falta de compromiso continuarán minando la productividad, el compromiso y haciendo que las personas deseen que se acabe la jornada cuanto antes.

 

--

Imagen de Jose Antonio Alba en Pixabay


No hay comentarios:

Publicar un comentario