Qué desgaste querer “tener la razón”.
En serio.
Cada vez me
parece menos atractivo.
Y no por dudas
sobre su relación con la verdad, no.
Sino porque
tener la razón suele implicar tenerla contra alguien.
Una especie de
deporte de contacto en el que el objetivo es demostrar que el otro se equivoca.
Tener la razón
se convierte así en un arma contundente, una maza de convicción con la que se
golpea —con elegancia o sin ella— a quienes todavía no han entendido “lo
evidente”.
Una guerra a
mazazos de razón, que nada tiene que ver con mazazos razonables.
Las personas
que tienen la razón suelen tener, además, un punto de insoportables.
Están tan
convencidas de su versión que la exhiben como un trofeo frente a quienes no la
han ganado.
Reivindicar la
razón que se tiene es, en el fondo, un acto narcisista: una forma de pedir reconocimiento.
Y lo peor es
que quien tiene la razón se siente autorizado a reñir siempre:
—cuando la
defiende, porque está en posesión de la verdad;
—y cuando se la
reconocen, porque lo hacen tarde.
Y es curioso
cómo incluso en ese momento solemne en que el mundo por fin les concede la
razón, no pueden evitar coronar la escena con un gesto ofendido, como si
dijeran: “ya era hora”.
Ya ves tú,
tener la razón, con la multitud de razones que existen para cada cosa.
Porque —y aquí
está el matiz que casi nadie ve— tener la razón no es lo mismo que tener
razones.
Tener razones
es algo profundamente legítimo, incluso necesario: son los argumentos, las
experiencias y las convicciones que sostienen lo que uno piensa, decide o hace.
Tener razones
es un acto de coherencia; tener la razón, en cambio, un acto de conquista.
Las razones se
ofrecen; la razón se impone.
Yo, sinceramente, ya no discuto por quien tiene la razón. Paso.
Prefiero tener
solo mis razones: las que dan sentido a lo que pienso, hago o decido y que puedo compartir sin ánimo de convencer, para que cada cual tome lo que le sirva...o lo deje.
No me interesa ganar ninguna guerra dialéctica ni coleccionar cabezas de equivocación ajena.
Porque en el fondo, cada uno tiene sus razones, sus heridas, sus aprendizajes y sus manías.
Y quizá la
verdadera sabiduría no esté en tener la razón, sino en no necesitarla.
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La imagen es un detalle de "Breakfast Table Political Argument" [1948] de Norman Rockwell.
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