domingo, 18 de enero de 2015

La conversación

En mi profesión, al igual que en tantas otras, se aprende básicamente de las conversaciones que se llevan a cabo.

Mi evolución personal está totalmente condicionada por las conversaciones que he mantenido a lo largo de mi vida y que han impactado, transformando de manera decisiva mi manera de ver el mundo y de orientar mis actuaciones.

Para mí y para aquellas personas con las que colaboro, el mejor proyecto, el más rico, es sin lugar a dudas aquél que despierta buenas conversaciones. Ésta es una de las principales conclusiones a las que he llegado a lo largo de mi vida profesional.

En realidad, los proyectos son, en sí mismos, la condición básica, la excusa y el escenario necesario que hace posible aquellas conversaciones fundamentales sobre las que se asienta cualquier posibilidad de cambio.

Pero hubo un tiempo en el que pensé que mi conocimiento y mis ideas surgían de mi contacto directo -concentrado y solitario- con el reto que me planteaba o con la tarea que tenía entre manos. Con los años, he podido comprobar que no siempre se aprende de lo que se hace por el mero hecho de hacerlo. Que las más de las veces uno orienta su forma de hacer a tal y como sabe hacerlo. Mi mano sólo suele ofrecerme el aprendizaje que se desprende del bucle endogámico que estimula en mi pensamiento.

Es en la conversación que mantengo con quien colaboro donde acabo visualizando y perfilando cómo actuar de forma distinta, llegando a ideas, diseños, relaciones o conclusiones que antes no tenía y que, muy probablemente, no se me hubieran ocurrido jamás de no darse la oportunidad de destilarlas en el seno de aquella conversación.

La riqueza de una conversación no sólo estriba en cotejar nuestro punto de vista con el punto de vista de otro, no. La conversación es, principalmente, una oportunidad exquisita para dar forma a aquello que pensamos y sólo llegamos a saber cuando lo empaquetamos en la secuencia narrativa del discurso que nos escuchamos decir cuando lo dirigimos a alguien. Como apunta Roger Bartra si no lo explicamos a nadie, jamás sabremos lo que pensamos aunque sepamos qué pensamos. Una buena conversación suele convertirnos también en nuestros propios maestros.

Pero la consciencia del otro es fundamental ya que cocinamos nuestro pensamiento teniendo muy en cuenta a quien lo dirigimos.

Trasladamos lo que pensamos y tejemos nuestro discurso sin dejar de considerar lo que nuestro interlocutor pueda pensar al respecto, de las creencias que sabemos o que le suponemos, del destilado que imaginamos de su experiencia, de la respuesta que podemos anticipar, de aquello que creemos que pueda objetar. Mediante la palabra filtramos, depuramos y enriquecemos nuestro pensamiento a través de quien nos escucha.

La singularidad de cada persona hace posible que cada conversación siempre sea única. Aunque se hable de lo mismo, nunca hay conversaciones iguales cuando una de las personas ya es distinta.


Conversando sobre este tema con alguien con quien colaboro hace tiempo, bromeamos con la posibilidad de rociar con Luminol el espacio que había entre los dos [tal y como hacen los forenses para desvelar los rastros de sangre en el escenario de un crimen] como si, de este modo, pudiéramos poner en evidencia aquellas conexiones exocerebrales que se hallan suspendidas entre ambos, a través de la cuales creamos ese circuito al que llamamos conversación y que permiten ordenar, filtrar e hibridar nuestro propio pensamiento.

Concluimos que la vinculación emocional que surge con aquellas personas con las que establecemos este tipo de nexo hace evidente ese lazo inorgánico; no parece descabellado que expresiones como conectar o tener química respondan a la intuición que todos tenemos sobre la existencia real de estas conexiones.

También coincidimos en que esto no sucede en cualquier conversación, que lo que distingue cualquier intercambio de palabras de una conversación es el deseo inherente a esta última de aprender y la necesidad de ser transformado por ella; algo que, lamentablemente, no suele estar en la agenda de la mayoría de los encuentros que suelen darse.

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Imágenes: La fotografía corresponde a British Women of Steel  y es de Harry Todd, [November 27, 1942].

La pintura es de Jean Béraud [1849 - 1935] y lleva por título Brasserie d’étudiants [1889].


13 comentarios:

  1. “Mediante la palabra filtramos, depuramos y enriquecemos nuestro pensamiento a través de quien nos escucha”. Tremendamente sugerente esta idea Manel, y en doble dirección.

    Por una parte me hace pensar en esas (pocas) personas con las que la conversación sigue siendo un tesoro a lo largo de los años. Probablemente la clave está en la palabra “escuchar” y eso me conecta con la definición de Wanenger: “Conversación es hablar después de escuchar con alguien que escucha antes de hablar”.

    Pero también me parece un buen indicador de la propia evolución, en el sentido de ser conscientes de si vamos cambiando de interlocutor para seguir evolucionando (aprendiendo) o para repetir eternamente nuestra propia conversación. Creo que no abunda lo de “consciencia del otro” mientras que sobra lo del “bucle endogámico”. Es como cuando te encuentras a alguien que no has visto en muchos años y parece que regresas al pasado.

    En general se habla mucho pero se conversa poco, es una de esas palabras que necesitan rescate. La “charla social” se olvida pronto mientras que una buena conversación es semilla para la estimulante reflexión.

    Me gusta, y me identifico, con la humildad que se desprende del quinto párrafo. ¿Será esa sabiduría que dicen que nos aportan los años? ;-) Una abraçada.

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    1. Gracias Isa. Recientemente creo que para que se dé una conversación se requiere algo más que dos personas dispuestas a hablar. Para que haya conversación se necesita, además, un cierto tipo de compatibilidad, como sucede con los donantes de órganos. Si las dos personas tienen esa compatibilidad es fácil que se creen enlaces “exocerebrales” en los cuales fluya la conversación. Pero no es sencillo que se dé, ni siquiera probable. Lo más normal es encontrarte con incompatibilidades que tan sólo permitan establecer diálogos más o menos completos pero no transformadores. También es posible que la incompatibilidad sea tal que produzca un rechazo total…

      No creo que se trate tan sólo de una metáfora, a juzgar por mis propias conversaciones, creo notar esa organicidad “inorgánica” que pesa en el ambiente cuando establezco una conversación de verdad. Noto físicamente como esa conectividad me enlaza emocionalmente con mi interlocutor, sí, quizás haya algo de esto, verdad?

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  2. Decía mi padre en aquellos momentos en los que reprendía (¿o enseñaba?) eso de "cuando hablo, palabras digo". No es una frase casual, ahora que leo tu post, Manel. Y es que perdemos el valor de la palabra pero sobre todo la concatenación de palabras en un contexto determinado con unas personas determinadas. Conversar es algo que hemos convertido en breve cuando en realidad conversar es tiempo y palabras y discursos que evolucionan.
    Yo que pensaba que mediante las letras y el valor del escribir, permitía que pudiéramos estructurar ideas y casi casi desarrollarlas, creo que ahora tenemos más el valor de hacerlo junto con las palabras.
    Gracias de nuevo. Espero poder conversar más, pronto. ;-)

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    1. Gracias Juanjo. Interesante tu aportación, muy interesante. La variable tiempo y el empobrecimiento de la conversación están indudablemente muy relacionadas. En mi caso, escribo al dictado, mientras me hablo. La conversación es la fuente. Ya lo dice Wagensberg: “Para pensar se necesita un cerebro pero para conocer se necesitan como mínimo dos, aunque los dos sean el mismo”

      A ver si es verdad y nos vemos pronto! Un abrazo.

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  3. Importante tema no enseñado en las escuelas y por pocos-as aprendido en la vida.
    Resulta sintomático la proliferación y éxito de los monólogos en teatros y televisión en una época de individualismo. Posiblemente responden a algo más que a un deseo de economizar en el presupuesto escénico.
    Tampoco eso que se nos presenta como tertulias en los espacios televisivos favorece entender la conversación como auténtico diálogo transformador, abierto al otro, a su pensamiento, al deseo de conocer y crecer desde y con los otros. Las antípodas de esa bien traída definición de Wanenger que nos recuerda Isabel. Triste.
    Por eso me alegra que se rompa el silencio de las últimas semanas en este blog precisamente con un post sobre la conversación. Lo interpreto como presagio de otras muchas y buenas. A ver si aprendo.

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    1. Espero poderte explicar algún día sobre este blog y sus silencios. Hay elementos del entorno pero también internos, interesantes…

      Muy acertado lo que señalas sobre lo que se nos muestra continuamente, esa falta de escucha. Esos monólogos, discusiones y ruido de voces que hablan a la vez. Una vez conocí a una persona que cuando hablaba chillaba, recuerdo que alguien me dijo que si lo hacía era porque seguramente, en su entorno más inmediato, nunca la escuchaban y por eso se había acostumbrado a hablar de esta manera, aunque la habitación fuera pequeña y todos le presaran atención. Comentaba una vez que, actualmente, hay tanta prisa por enseñar que no se suele tomar el tiempo necesario para aprender antes. La prisa y el miedo a ser invisibilizado no dejan lugar a la escucha y a la conversación. Me alegro de que algunos de estos momentos estén a salvo contigo. Seguimos :)

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  4. Excelente artìculo.. Gracias por compartirlo, son lecturas que nos ayudan .. nos edifican. Buen fin de semana..

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  5. Un baile.
    He leído varias veces y esa es la imagen que se me adhiere.
    Personas bailando.

    La melodía son las palabras y los cuerpos, los gestos, las miradas, ... marcan los movimientos en los que nos envolvemos en cada conversación.

    Algunas veces, te dejas llevar, por la melodía, por otro cuerpo.
    Otras, marcas tú el ritmo de los pasos.
    Algunas, se acompasan los tempos y parece que todo fluye ...

    En la mayoría, nos pisamos los pies, en el proceso y los gestos y las miradas abren un nuevo lugar para seguir bailando, ... aunque no sintamos igual la melodía.

    En este escenario interior de cada uno, se repiten los bailes. Cambiamos el escenario, o la melodía, ... la compañía, para adaptarlo a las notas que nos acompañan en ese momento. Y bailamos el mismo baile, de manera completamente diferente.
    Interiorizamos nuevos pasos, nuevos giros, nuevas coreografías, nuevo público, ...
    Y aprendemos.

    Y el próximo baile no será igual. Aunque sea la misma persona, el mismo escenario, el mismo traje, ... habremos bailado, entretanto, con otras gentes, en otros lugares, con otras ropas, ... y llevaremos esos nuevos movimientos incorporados en la piel sin ser siquiera conscientes.

    No hay conversación que no sea única, como dices. Ni con la misma persona, si ha habido otras conversaciones, entretanto, ... habrá alguna nota que afinar, siempre.

    Yo creo que estoy sorda de un pie. Y por eso, rememoro los bailes, una y otra vez.
    Algunas veces, los desvirtúo hasta acercarlos a una melodía que me suene más dulce.
    Otras, me armo de valor y me fuerzo a escuchar algunas notas y a revivir algunos pasos para intentar comprender.

    Es una manía mía.
    Busco el origen de las cosas para entender ... y creo que me quedo con lo que encaja en el estribillo que ya me cantaba cuando iba en su busca. Me lo miraré.
    En este caso, me habla de "dar vueltas", "vivir", "girar", "en compañía", ... Quizá sea eso lo que me ha conectado con el baile ... o quizá hayan sido conversaciones anteriores.

    Al final, me haces pensar si no somos más que el conjunto de los retazos de las conversaciones que hemos sido.

    Un placer bailar a tu son ;)

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    1. Parece que asimilar la conversación con el baile es algo más que una bella metáfora, tal y como lo expones, los puntos en común son tantos que casi podría tratarse de lo mismo. Con tu comentario introspectivo me has hecho pensar en que cuando entablo conversaciones, quizás adolezco de lo mismo que cuando intento bailar. Una actividad que me encanta pero que me resisto a llevar a cabo porque me cuesta liberarme de la rigidez por sentirme observado. Una observación que realmente se trata de autoobservación y que interrumpe el flujo de la música, paraliza mis pasos y me aleja de cualquier diversión.

      Me sirve esto que dices Marta, me devuelve a la reflexión sobre el propósito y me hace cuestionar el papel que, según esto, puede que se le otorgue al otro en algunas conversaciones: quizás no siempre sea aquel con quien compartimos e intercambiamos sino a alguien a quien usamos para poder escucharnos.

      Gracias, el placer ha sido mío ;)

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  6. Muy buen post. Conversar es descubrir, enfocar, crear, aprender. La conversación nos da el contraste necesario para aprender, para descubrir preguntas. Aprenemos por contraste, y en la conversación podemos en contraste ideas, opiniones, teorias, relatos, formas de ver la vida. Hay que aprender a conversar sin las rigideces de las que hablabas arriba. Admiro la gente que del más pequeño detalle es capaz de iniciar una conversación que deviene apasionante. El buen conversador suele tener muy buenas habilitades comunicativas.

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    1. Totalmente de acuerdo con todo lo que dices, Toni. Muchísimas gracias :)

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  7. Muy buen artículo el que has dejado en la web para ver como hemos evolucionado en la forma de comunicarnos con el tiempo y como hemos cambiado de parecer en muchas cosas, ya solo en la forma de hablar y dirigirnos a nuestros padres el tipo de conversaciones por ejemplo ha cambiado radicalmente, ahora a nuestros hijos por ejemplo los hemos criado con algo menos de "respeto"

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