Probablemente hemos sufrido la experiencia de no poder rescatar de la memoria algo que, por otro lado, solemos evocar, normalmente, de manera rápida. Y no me refiero al olvido momentáneo del nombre de una escritora o de un actor o al título de tal o cual película o libro, no. Me refiero a la amnesia generalizada de un paquete de información de uso habitual.
Poniendo un ejemplo, recuerdo que, en aquellos tiempos en los que sabíamos de memoria los números de teléfono de aquellas personas con las que teníamos una relación más estrecha, tuve, en una ocasión, la angustiosa experiencia de no recordar el número de teléfono de mi casa al que llamaba frecuentemente debido a mis constantes desplazamientos. Reflexionando sobre el suceso llegué a la conclusión que tenía que ver con el lugar en el que me encontraba, un entorno que geográfica, social y simbólicamente no tenía nada que ver con el que me desenvolvía normalmente. Nada de lo que había a mí alrededor podía ayudarme a evocar aquellos dígitos, como si la información requiriera también de ganchos externos para ser extraída y que no dependiera siempre de mecanismos internos.
Si no se ha tenido jamás esa vivencia seguro que cualquier persona ha tenido la oportunidad de comprobar el mismo fenómeno en sentido inverso, es decir, cuando una palabra oída, un pasaje leído, un sabor, una imagen, una melodía o un olor son capaces de desencadenar recuerdos que creíamos olvidados y que, sin ese “marcador” externo, posiblemente hubieran seguido ahí, durante algún tiempo, ignorados.
La influencia del entorno, no ya tan sólo en cuanto a proveedor de estímulos a los que responder, sino a su influencia en la consciencia de las personas es algo que ha venido preocupando y despertando una viva polémica entre científicos y filósofos [Chomsky, Lewontin, Searle, Popper, Eccles, Gazzaniga, Damasio, etc.] siendo causa y a la vez efecto del avance espectacular que el ámbito neurocientífico ha registrado en los últimos 20 años. Un avance que desvela, proporcionalmente a la luz que arroja, poderosos interrogantes en temas tan peliagudos como pueden serlo los determinantes de la autoconsciencia o la existencia del libre albedrío.
La incorporación progresiva de diferentes disciplinas científicas está contribuyendo a dar respuesta a alguna de estas cuestiones como es el caso de Roger Bartra quien, desde la antropología, ofrece un enfoque holístico a la comprensión del funcionamiento de la mente delatando la importancia que en ello juega el conglomerado simbólico que conforma la cultura en la que estamos inmersos.
La cultura sería, según nos explica este autor, algo más que un entramado externo al cerebro, ya que, aunque haya sido creada por el ser humano tiene una influencia directa y transformadora en el propio individuo. La necesidad que se tiene de ella para conducirse socialmente, la revela como una continuación imprescindible del cerebro para su funcionamiento cotidiano, normal y sano. Así pues sugiere que la evolución y desarrollo del ser humano se debe a la prolongación de ese cerebro que se halla en el interior de la cavidad craneal [el endocerebro] en un exocerebro constituido por los símbolos y mecanismos culturales que, a través del lenguaje o la expresión artística, alimentan la cognición y con ello, la aprehensión del mundo, el pensamiento moral y la consciencia de la persona. Es decir aquello que hace de los humanos, humanos.
Una hipótesis bellísima como no podía ser de otra manera viniendo, como viene, de un enfoque científico tan integrador y completo como el de la Antropología, pero también muy valiente, ya que, como dice el autor: “implica aceptar que la mente y la consciencia se extienden más allá de las fronteras craneanas y epidérmicas que definen a los individuos”.
En la misma línea Robert A. Wilson plantea la consciencia como un proceso extendido en el tiempo, que dura más que unos pocos segundos y que se encuentra sostenido por un andamiaje ambiental y cultural externo. Este proceso, dice Wilson, se encarna en un cuerpo [el endocerebro] que se halla empotrado en un medio ambiente.
Frente a una concepción privada de la mente y de la consciencia en el que la comunicación simplemente es un canal de transmisión de dentro a fuera, estos nuevos modelos defienden que “si no lo explicamos a nadie, jamás sabremos lo que pensamos aunque sepamos qué pensamos. Pero como los humanos no somos seres aislados, sino individuos hablantes que no cesamos de comunicarnos, sabemos qué pensamos y nos damos cuenta de que pensamos.”
Una reflexión que le da una dimensión diferente a otro “Wilson” pero esta vez el de la película Náufrago [2000], una pelota de voleibol que Tom Hanks convierte, dado su aislamiento, en su interlocutor habitual. Una prótesis ambiental que sustituye a la falta de contacto social y, a través del cual, el personaje, no tan sólo protege su salud generando un mecanismo de ida y vuelta para la construcción de su propio pensamiento sino que logra establecer una relación afectiva atribuyéndole un carácter antropomórfico capaz de despertar profundas emociones incluso en el espectador. Muy, pero que muy interesante y relacionado con el tema que estamos desarrollando, indagar en las causas de la sacudida emocional que experimenta el público de la película cuando Wilson, hasta hace poco tiempo tan sólo una pelota, desaparece poco a poco flotando en el océano por un descuido del protagonista.
Al margen de la solidez de estas hipótesis, en continuo crecimiento y sujetas siempre a la vertiginosa evolución que, como ya se ha dicho, se está dando en el ámbito neurocientífico, el avance de este enfoque armoniza y le confiere sentido a una serie de aspectos que resuenan en mi experiencia profesional en particular:
> La propiedad de lo que pensamos y de lo que se deriva de esta vida mental lo es en la medida en que se admita la intervención [imprescindible] del entorno en el que se halla y, con ello, todas aquellas variables culturales y sociales que posibilitan nuestras “experiencias”. Por decirlo de otra manera y con un ejemplo, este post se debe a muchos factores entre los que se incluyen lo que me he escuchado decir mientras conversaba, depuraba y elaboraba este pensamiento con otras personas al margen de lo que ellas aportasen directamente. Es obvio que mi interlocutor determina, por sí mismo, parte del andamiaje de mi discurso, como lo determina aquella persona que lo ha de leer en el futuro y a la que he convocado, una y otra vez, en mi imaginación para estructurar el texto y escoger el vocabulario o los ejemplos con los que ilustrar las diferentes ideas. Como decíamos antes: si no lo explicamos a nadie, jamás sabremos lo que pensamos aunque sepamos qué pensamos…[Roger Bartra, 2014].
> Enlazado con lo anterior, además de bombardear con información, el entorno actúa como un alambique a través del cual depuramos y destilamos aquello que, al final, acabamos sabiendo. Personalmente, me he dado cuenta de que es realmente en las conversaciones con mis clientes, colaboradores y alumnos donde aprendo de mí mismo, tengo las ideas más ricas y elaboro un conocimiento que suelo considerar como propio. De la misma manera, he constatado que los momentos más estériles son aquellos en los que me hallo aislado de estas conversaciones, aunque esté enfrascado en un proyecto. De hecho lo que aprendo de mis proyectos se cocina en aquellas conversaciones que pueden darse a lo largo de su desarrollo. En este sentido, considero que profesionalmente lo que hago me aporta valor añadido cuando tengo oportunidad de establecer una relación, digamos, “P2P” con aquellas personas con las que interacciono [insisto, sean éstas clientes, colaboradores o alumnos].
> Para finalizar, esta investigación básica está iluminando aspectos que deben tenerse en cuenta a la hora de aplicarlo a las organizaciones en aquello que se le ha dado en llamar “Gestión de conocimiento”. Pensar en la responsabilidad que la cultura organizativa desempeña como parte del exocerebro de cada una de las personas que participan de ella, es un buen punto de apoyo para comprender y gestionar sus actitudes, valores y compromisos.
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- La primera fotografía es de Margaret Bourke-White y lleva port título “Hats in the Garment District” [New York, 1930]
- La pintura es de Alexander Mark Rossi [1897] y se titula Forbidden Books.
- La segunda fotografia es de Wayne Miller y lleva por título “Children in a movie theater” [USA, 1958]
Qué buena reflexión y argumentación. La relación que establecemos con el “olvido” puede ser tan generosa como perversa. Los ejemplos que con los que ilustras el post me han conectado intuitivamente con una frase tuya: “los instrumentos que construimos para nuestra comodidad acabaran modificando ellos mismos los mecanismos [pocos] que teníamos para mejorar”. Nos descontextualizamos y olvidamos sí, hasta que llegan esos marcadores externos que nos conectan hacia dentro. Y si no llegan nos inventamos a Wilson :-)
ResponderEliminarTal vez las inmensas posibilidades de intercambio y contacto de la tecnología nos debilitan en la capacidad para el desconcierto, de ahí que nos cuesta detectar, y soportar, esos estados de aparente esterilidad en los que van madurando vivencias y reflexiones hacia una nueva versión enriquecida de nosotros mismos. En los últimos meses he descubierto que hablar es un estado mental y no es un tránsito sencillo. Tienes razón, necesitamos escucharnos mientras conversamos para saber qué pensamos, por eso resulta tan duro ese tránsito que tan bien explica Pablo d’Ors en su Biografía del Silencio: “Cuando se marchan los pensamientos y sentimientos, las imágenes e ideas, ¿qué es lo que queda? Queda lo que buscas”. Después, vuelve a ser sencillo y apetecible convocar imaginariamente a esa persona a la que nos dirigimos.
Interesentes las referencias, profundizaré un poco. Estupendo reinicio de curso Manel. Un abrazo!
Son muy interesantes estas investigaciones Isa, apuntan a que el entorno es algo más que un complemento al individuo ya que, por lo que parece, el individuo se extiende [tal cual] a través de él. Las conexiones neurales [endocerebrales] se prolongarían en conexiones simbólico-culturales [exocerebrales] sin las cuales el individuo no puede construir la consciencia de sí.
EliminarLa diversidad de disciplinas [Lingüística, Neurobiología, Psicología, Filosofía, Antropología, Física…] en los que se apoyan estas tesis le confiere una perspectiva poliédrica iluminadora [de repente me he imaginado aquella bola de espejos de las discotecas ;-)]. Creo sinceramente que estos temas no pueden ser obviado por aquellas personas que trabajamos de manera aplicada en la gestión del conocimiento.
Interesante también este segundo párrafo y tu descubrimiento sobre el “hablar”. Yo creo que, hablarse a sí mismo [ya sea en voz alta, ya sea en silencio] formaría parte de ese circuito de autoescucha necesario para la construcción del pensamiento. Una situación, esta última que suele estar “empotrada” en un medio sociocultural que, a veces [por ejemplo en el caso de la meditación] creemos silenciar pero en el cual no podemos evitar seguir inmersos… Viene a ser como aquella fábulas de los dos peces que nadaban en un estanque y se cruzan con otro pez mayor que les dice:
- ¡Buenos días! ¿Cómo está el agua?
A esto, los dos peces no contestan y siguen nadando hasta que, pasado un tiempo, uno de ellos le pregunta al otro:
- ¡oye! ¿qué es el agua?
De ahí la dificultad de identificar la importancia de nuestro entorno simbólico [nuestra agua] en la construcción y funcionamiento de nuestra mente, en el hecho de que siempre estamos inmersos en él… Quizás esto justifique que muchas investigaciones se hayan hecho sobre el caso de personas desconectadas [autistas o absolutamente aisladas…].
Muchísimas gracias por tu valoración y por tu aportación, siempre tan rica, Isabel :). Un abrazo fuerte!
Un post de calado, con muchas vertientes, animado por esos recursos que se alimentan del imaginario común y de la propia experiencia que tan bien manejas, Manel, y que nos facilita profundizar en argumentos y reflexiones no siempre inmediatas.
ResponderEliminarSu lectura (y relecturas) me sugieren varios pensamientos. Agradezco poder hacer uno “en voz alta”
Me parece extremadamente interesante ese camino de ida y vuelta del endo al exocerebro. Un argumento a utilizar en múltiples realidades necesitadas de cambio y transformación. Pienso, enhebrando el comentario de Isabel y tu respuesta, que esa capacidad para distinguir qué parte de nuestro discurso interno pertenece al entramado exocerebral y cuál no, es un signo de madurez - no puedo evitar usar un concepto de polivalente definición - no fácil de lograr. Únicamente cuando podamos hacer que las palabras como vehículo de pensamiento sean realmente nuestras, coincidentes o no con los entramados culturales, estaremos en condiciones de influir en esas construcciones exocerebrales de las que se renutrirá nuevamente nuestro pensamiento interno. Un camino de ida y vuelta complejo, pero no exento de esperanza de liberación de inmovilismo y que anima a transformaciones de la realidad.
¿Acaso el compromiso de los miembros con las organizaciones y los cambios que pedimos en ellas no han de pasar también por ese proceso?
Encantada, Manel, de que me hayas facilitado este lúcido reencuentro.
Es curioso cómo se abren momentos donde ciertas lecturas se entrelazan [serendipia le dirían algunos], ahora estoy leyendo a Wagensberg y propone esta definición de “conocimiento”: “pensamiento simplificado, codificado y empaquetado listo para salir de la mente y capaz atravesar la realidad para así tener alguna opción de tropezarse con otra mente que lo descodifique. Para pensar basta con una mente, para conocer se necesitan como mínimo dos, aunque ambas mentes, la emisora y la receptora, sean la misma mente. El pensamiento se mueve solo por dentro mientras que el conocimiento se intercambia hacia o desde el exterior.”
EliminarLo cual armoniza perfectamente con aquello de “si no lo explicamos a nadie, jamás sabremos lo que pensamos aunque sepamos qué pensamos”. Aunque Wagensberg todavía sitúa a la mente en el interior y la idea fabulosa que se desprende de los avances que menciono en el post implican que la mente se extiende más allá de las fronteras craneanas [exocerebro].
Me gusta Elena esa idea que lanzas de reconocer la influencia del exocerebro en aquello que es “nuestro” como un indicador de madurez y las posibles respuestas que anticipas, mediante tu pregunta, a la hora de concretar en qué se ha de traducir el compromiso de una persona con la organización [o con un proyecto o con otra persona.]
Muchas gracias por pasarte y por el lujo de tu comentario. Un abrazo
Me temo que no sé apreciar ni comprender la dimensión científica en toda su profundidad ... pero, aun así, no sé por qué, me siento reconfortada!
ResponderEliminarQuizá sea por la sensación que me ha abrazado en cada lectura, cuando se pierde la mirada en medio del texto, sabes? ... He sentido que podía poner nombre a las personas, los momentos, los espacios, los lugares, los olores, las melodías, ... que me asaltan a cada momento en mi día a día y se afanan en llevarme y traerme de allá a acá.
Solía llamarlo mi delicioso caos particular ... y lo de la delicia ha llegado hace relativamente poco! ;)
Llevo 5 días de aula. Nada de contenidos, aún. Estoy entretenida construyendo, con cada grupo, ese entorno en el que cada alma puede llegar a acariciar la libertad para estar ... y ser.
El cuerpo agotada. El alma tira.
Y me he reconocido entre tus líneas. Me he encontrado intentando crear entornos para otros que, a su vez, son el mío propio. Ahí ... y cuando me alejo.
Vienen conmigo. O yo me dejo llevar?
Y me viene aquello de la presencia que trajiste aquí ... y no me ha dejado, ya.
Me veo en tus palabras. Evocando, invocando. Con tantos trajes como soy capaz de imaginar para escuchar a esas otras voces acompañar, acariciar, moldear, matizar, limar, ... incluso silelnciar, en ocasiones, la mía.
Me siento, me sé, diferente en cada grupo. Y tu post le da sentido a todo aquello que no sé nombrar.
Creo que todos tenemos nuestro "Wilson". Ese "alguien" con quien conversamos para dar significado a nuestros significantes. Resulta fácil reconocerse en la pérdida ... antes incluso que el propio protagonista, en la escena que mencionas.
Sabes, Manhel? Hay en mi valle un ser que se ha adaptado a vivir en su agua salada. Son las artemias. Un organismo espectacular que es capaz de permanecer en sus huevos, sin eclosionar, hasta 10 años, esperando a que se den las condiciones adecuadas en el entorno para su supervivencia y desarrollo.
Es un tiempo que las organizaciones no deberían permitirse, verdad?
Invoco a tanta gente cuando escribo, cuando sueño, cuando pienso, cuando imagino, ... que, a veces, me he sentido diluir en el proceso. Y ahora creo que es todo lo contrario.
Esta semana me he sentido aliviada, leyéndote.
Y no sabes cómo te lo agradezco! ;)
Muxu gazi bat!!
Pues a mí me cuesta albergar alguna duda sobre tu comprensión de lo que hay en el post e incluso de que no hayas leído lo que no he acertado en saber cómo escribir, Marta. De hecho los dos primeros párrafos de tu comentario se enlazan como enredaderas a la complejidad de los conceptos que intentaba trasmitir. Las ideas del caos particular y la de construcción de contenidos ilustran a la perfección esta relación entre lo que pensamos y el andamiaje cultural externo del que nos proveemos y que construimos.
EliminarMuy acertado eso de que cada uno tenemos a nuestro Wilson…;) y esa imagen me ha llevado a dos más: Por un lado me he visto de otra manera cuando de pequeño jugaba con mis muñecos, gritando y creando historias que cobraban una vida intensa a pensar de la inanimación de los juguetes. He visto en el juego infantil esa necesidad evolutiva de crear conexiones endo-exocerebrales…]. Por otro lado me he acordado de Momo, y de cómo escuchaba ¿te acuerdas?:
“Momo sabía escuchar de tal manera que a la gente tonta se le ocurrían, de repente, ideas muy inteligentes. No porque dijera o preguntara algo que llevara a los demás a pensar esas ideas, no; simplemente estaba allí y escuchaba con toda su atención y toda simpatía. Mientras tanto miraba al otro con sus grandes ojos negros y el otro en cuestión notaba de inmediato cómo se le ocurrían pensamientos que nunca hubiera creído que estaban en él.
Sabía escuchar de tal manera que la gente perpleja o indecisa sabía muy bien, de repente, qué era lo que quería. O los tímidos se sentían de súbito muy libres y valerosos. O los desgraciados y agobiados se volvían confiados y alegres.
Y si alguien creía que su vida estaba totalmente perdida y que era insignificante y que él mismo no era más que uno entre millones, y que no importaba nada y que se podía sustituir con la misma facilidad que una maceta rota, iba y le contaba todo eso a la pequeña Momo, y le resultaba claro, de modo misterioso mientras hablaba, que tal como era sólo había uno entre todos los hombres y que, por eso, era importante a su manera, para el mundo.”
Momo cumplía a la perfección el papel de drenado de pensamiento y elaboración de conocimiento [y autococimiento] de aquellas personas que hablaban con ella…un Wilson de grandes ojos negros… Ya ves que cosas emergen :-D
Muchas gracias por la preciosidad de tu comentario. Muxu Mharta!
Intento sin éxito ponerme al día de lecturas pendientes aún con el post anterior rondándome por la cabeza. Creo que tardaré bastante tiempo en darlo por zanjado.
ResponderEliminarLeo un artículo que nada tiene que ver con el tema tratado, pero en el que encuentro una referencia a un pensamiento del monje budista Thish Nhat Hanh que, quizás con una percepción demasiado vívida de la lectura anterior relaciono con ese proceso individualmente colectivo. Es posible que me equivoque y sólo vea lo que quiero ver. Aún así comparto la idea.
Thish Nhat Hanh viene a decir algo así como que una flor está compuesta por elementos no-flor: por el sol, la lluvia, la brisa, la tierra, la temperatura, incluso, por algo indeterminado de quien la haya plantado y cuidado. Según este pensamiento, al contemplar una flor, no únicamente la vemos a ella sino que podemos ver la totalidad del universo. Como si su naturaleza más consustancial, se abriera al exterior abarcando una parcela externa a si misma, pero que la ha nutrido hasta convertirla en lo que es. La misma idea se puede transferir también al ser humano que contiene una parte no-cuerpo constituida por esos elementos exocorpóreos que le enraízan con una totalidad externa a él y que lo conforman en lo que es.
Está claro que no se trata de neurociencia, ni de una disciplina de carácter científico, únicamente expresión lírica que se ha de contextualizar en el budismo, pero me ha resonado a ese proceso endo y exocerebral en la constitución del pensamiento que de forma tan sugerente explica Manel.
También This Nhat Hanh, como este post, me deja la puerta abierta a otras consideraciones: ¿hasta qué punto lo que creemos únicamente nuestro no lo es también de los demás?, ¿somos más de lo que creemos ser?, ¿el proceso de recepción no debería llevarnos a uno de consciente cesión?
Un post que cada vez me parece más estimulante en reflexión y argumentos de aplicación multidisciplinaria. Gracias de nuevo, Manel.
Hola Elena,
EliminarMe parece muy interesante la aportación del fragmento de Thish Nhat Hanh que traes a este post. A mí también me parece muy conectado con el tema que estamos tratando. Incluso diría que añades una vuelta de tuerca sugiriendo que esa conexión [íntima] endo-exo está presente en cualquier elemento animado o inanimado, tal y como vienen anunciando filosofías milenarias que conciben el universo como un Todo y no como una suma de pequeñas partes. Una prueba más de la “fantasía de la individualidad” y de que el conocimiento científico, en su avance, coincide con el conocimiento “revelado”. Muy interesante…
La última pregunta que formulas coincide en el núcleo con una de las afirmaciones que subrayo al final del post [“La propiedad de lo que pensamos y de lo que se deriva de esta vida mental lo es en la medida en que se admita la intervención [imprescindible] del entorno en el que se halla y, con ello, todas aquellas variables culturales y sociales que posibilitan nuestras experiencias”]. El que lleguemos a ese punto de encuentro sugiere, todavía más, que las vías que hemos recorrido están relacionadas.
Gracias Elena, un abrazo!