sábado, 24 de junio de 2017

Transferir el conocimiento fundamental



La imagen que encabeza este texto corresponde a una pintura de Samuel Albrecht Anker [1884]. En esta obra, un anciano se dirige a un pequeño grupo de niñas y niños que le escuchan atentamente. De la escena se infiere que les está explicando algún cuento o alguna historia desgajada de su dilatada vida.

El conjunto evoca en nosotros un momento conocido, real o imaginado, en el que también asistimos, como esos niños, a extraños lugares donde tuvo lugar una historia que mereció ser contada por su singularidad, las cualidades exhibidas por su protagonista o por las consecuencias de haber tomado ciertas decisiones a partir de determinados principios o valores.

En cualquier caso, en estas situaciones y con más o menos consciencia o propósito de hacerlo, se consigue algo más que entretener con un cuento, se consigue transmitir la importancia de aquellas cualidades, principios o valores en la resolución de la trama en torno a la cual se teje la narración.

Probablemente, el mecanismo fundamental mediante el cual han sido transmitidos y hemos interiorizado nuestros fundamentos morales, han sido aquellos cuentos que nos explicaban de niños, ya que permiten trasladar un saber difícil de convertir en palabras mediante el ejercicio empático que conlleva identificarse con los personajes de la historia. Este es, sin lugar a dudas, el principio activo en el que basa su eficacia la "moraleja".

De hecho, la capacidad del lenguaje de expresar exactamente lo que se está pensando es siempre, en cierto grado, limitada. Las palabras ordenadas en frases no son otra cosa que pistas para delimitar el concepto, obligando siempre al receptor a adivinar lo que realmente quiere decir el emisor con ellas.

El lenguaje no es otra cosa que un pinta y colorea cuyo valor comunicativo depende de la capacidad descriptiva del emisor y de la capacidad empática del receptor para elaborar una hipótesis sobre las intenciones de este. De ahí que los cuentos, sean el mecanismo principal con el que se transfieren conceptos tan complejos y difíciles de delimitar como los valores religiosos o el canal con el que inoculamos las pautas de actuación básicas en nuestros niños.

Comento todo esto porque un tema que está preocupando muchísimo es el de cómo capturar y transferir el conocimiento de las personas que están a punto de jubilarse.


Esta preocupación se concentra en mayor medida en nuestras administraciones públicas donde la falta de renovación de personas sitúa la media actual de edad por encima de los cincuenta años.

Este factor hace temer -y con razón- la descapitalización de conocimiento experto que comportará la pérdida masiva de profesionales debido a la finalización de su relación laboral con la organización.

Desde hace ya unos años se están desplegando, en mayor o menor grado, diversas iniciativas destinadas a retener parte de este conocimiento. Algunos de estos proyectos consisten en explicitarlo documentando y enriqueciendo la definición de los procesos mediante la incorporación de referencias provenientes de la experiencia acumulada por las personas. Otras ideas consisten en transferirlo directamente mediante programas de formación interna o de mentoring.

A pesar de todo, la espita parece abierta y la sensación sigue siendo la de una pérdida continua e imparable de un tipo de saber del que se intuye fuertemente su existencia pero que es difícil de delimitar debido a su falta de relación a alguna situación específica.

Un saber que se considera fundamental porque no se ciñe a cómo se hacen las cosas ni a temas superficiales que puedan aprenderse con indicaciones o fórmulas magistrales, no, sino que tiene que ver con la toma de decisiones difíciles, singulares y probables y con la conveniencia de hacer las cosas de una determinada manera cuando nada nos indica u orienta sobre cómo debemos hacerlas.

Un saber del que se tiene absoluta consciencia pero que es difícil de diagramar y poner en palabras, que se deriva no tanto de la experiencia como de la manera con la que, a través de ella y a lo largo de los años, se han ido consolidando, ajustando o transformando las convicciones principios y valores que guían la toma de decisiones.

En este caso, lo que interesa, no es tanto clonar decisiones que, por su frecuencia o carácter general, puedan quedar recogidas en procesos o métodos, como obtener la materia prima de donde provienen aquellas resoluciones que se toman ante dilemas únicos, insólitos, singulares y que son, en definitiva, el verdadero valor diferencial que aportan las personas con su veteranía.


La famosa frase de que el “conocimiento reside en las personas” es, mayormente, una falacia. En las personas lo que reside es un "saber” susceptible de transformarse en conocimiento cuando la persona se ve impelida a hacerlo, de ahí lo constructivo e interesante de la escritura para la gestión del conocimiento ya que, hasta que no se habla o escribe, el saber vaga etéreo, ajeno a nuestra atención y diluyéndose en nuestra vida mental de la que participa activa y constantemente hasta el punto de ser enriquecido o transformado por ella misma sin que seamos conscientes de ello. En resumen, el conocimiento no es otra cosa que una línea melódica de saber explicitado y vuelto a almacenar.

La dificultad para capturar conocimiento experto reside en que este no existe hasta que se le convoca y esta dificultad se complica aún más cuando de lo que se trata es de emplazar aquel conocimiento fundamental que ha acabado conformando los principios y valores en los que se apoya la toma de decisiones y que son la base de los consejos que buscamos en los mayores.

Parte del trabajo que estamos impulsando con Isabel Iglesias y Iago González estos últimos años, se basa en esta hipótesis, en que en las organizaciones hay un saber fundamental, difícil de explicitar y que no se limita a una manera de actuar o metodología que se pueda añadir a las instrucciones de un procedimiento. Se trata de un saber basal que emerge y adquiere forma en los criterios que adoptamos para conducirnos en situaciones difíciles, donde cualquier alternativa es igual de buena o igual de mala y donde lo que cuenta son los valores que van a permitir ser aquella persona que queremos seguir siendo una vez hayamos adoptado la decisión.

Para ello nos apoyamos en la potencia del relato y se invita a la persona a que explique anécdotas relacionadas con su vida laboral, a que haga un cuento que permita acceder, a quien quiera escucharlo, al saber fundamental diluido en su trama.

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- La primera imagen corresponde a una pintura de Samuel Albrecht Anker [1884]  

- La segunda imagen corresponde a The Boyhood of Raleigh Sir John Everett Millais (1871)

- La imagen posterior corresponde a The Storyteller of the Camp de Eastman Johnson [1824 – 1906]


9 comentarios:

  1. interesante que se complementen los dos escritos, yo escribí de mi experiencia aunque sea una falacia. Interesante las dos miradas. Excelente escrito

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    1. Muchas gracias, Alberto. Me alegra volverte a reecontrar. Un abrazo fuerte!!

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  2. Fantástico post Manel. “En las personas lo que reside es un "saber” susceptible de transformarse en conocimiento cuando la persona se ve impelida a hacerlo”.

    Y una vez más me viene a la cabeza la palabra “humildad” y en doble sentido. Por un lado para “dejarnos preguntar” e indagar sobre el poco o mucho conocimiento que cada persona vamos adquiriendo y, por otro, para saber, y querer, detectar el conocimiento que estamos dejando escapar con el relevo generacional. Porque más que un relevo parece una renuncia.

    Como siempre, cuando pones palabras me surgen nuevas preguntas. Una es sobre cómo activar el mecanismo para “querer convocar” a los espíritus del conocimiento que vaga etéreo. Otra es cómo rescatar la esencia de los “valores” (en plural y enriquecedores) de este culto al “valor” (singular y excluyente). Y una tercera, que no la última, cómo desactivar esta fiebre de los titulares que pervierte la capacidad del seducir reposado.

    Es un placer trabajar en compañía, como en este caso. Aunque yo diría que más que una hipótesis tenemos ya una tesis que estamos desarrollando.

    Gràcies Manel :-) Unha aperta!

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    1. Sospecho que el exceso de sistematización y un culto desproporcionado a la necesidad de “innovación” y a lo “nuevo” ha borrado de lo habitual aquellos escenarios donde se daban encuentros generacionales en los que había reconocimiento por una vida en forma de una escucha atenta y respetuosa. La transmisión de conocimiento es un fenómeno consustancial a nuestra naturaleza y por lo tanto, más que hacer, lo suyo debiera ser dejarnos fluir. Pero lo dicho, un exceso de procedimiento y una aprensión exagerada a avanzar a toda velocidad ha ido en detrimento del aprovechamiento del “saber” acumulado. A menudo nos damos cuenta que la racionalización de nuestro comportamiento, más que darnos alas, ha construido muros que bloquean el curso natural de formas de hacer que nos aportaban, de forma sencilla, aspectos muy necesarios para nuestra salud evolutiva.

      Me quedo con las cuestiones que planteas para conversarlas juntos, seguro que dan lugar a más material con el que ampliar este artículo y compartir.

      Ando dándole vueltas a la evaluación del impacto -en términos de transferencia del “conocimiento fundamental”- de estos proyectos y, como tú, no dudo de que la hipótesis mutará a tesis en breve… ;)

      Un abrazo fuerte, Isa. Gracias a ti!

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  3. Lo he leído varias veces, y cada vez que lo hago encuentro una frase que me hace darle vueltas a la necesidad e importancia de lo que “cuentas”.
    “Como obtener la materia prima...”, la búsqueda de la ansiada fórmula del alquimista. Como obtener el conocimiento fundamental…
    Esta fórmula sí que es real y posible.
    Gracias por escribirlo.

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    1. La idea que me guía es que hay que “naturalizarse” en lo que atañe a gestionar el conocimiento de las personas. Es importante incorporar los avances tecnológicos, pero todavía lo es más, no apartarse de los mecanismos naturales de transmisión de conocimiento que llevamos practicando desde que la Humanidad tiene uso de razón, básicamente porque estos mecanismos son útiles, sencillos, eficientes y, de alguna manera, saludables :)

      Lecturas intensas como la tuya son las que enriquecen estos artículos, seguro que tengo oportunidad de aprovecharme e futuras conversaciones.

      Gracias a ti, Bienvenida. Un abrazo.

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  4. Enhorabuena Manel. He sabido de ti precisamente por este artículo y me parece genial. Toca una de las fibras sensibles que están detrás de mi oferta de valor.
    No me canso de decir a mis clientes que el conocimiento de la organización ES de la organización. Y que para ello hay que explicitarlo y gestionarlo de una forma efectiva.
    Algo para lo que la transmisión oral de mayores a niños, o los cuentos, o los cuadernos de notas,... o incluso los procesos ya no llegan. La realidad es hoy demasiado volátil, compleja, incierta y ambigua (entornos VUCA). Hace falta una combinación de empatía, implicación, dedicación, sugestión y tecnología que, en cada casa, acaba siendo de una forma.
    En este sentido invito a la lectura de un delicioso artículo conmemorativo del 9º aniversario de la aplicación Evernote. En él se cuenta la trayectoria de su creador, Stepan Pachikov y su obsesión por preservar la memoria de la humanidad. Muy recomendable. Como el tuyo.
    https://medium.com/taking-note/evernote-founders-impossible-mission-f769b5af8594

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  5. Muy interesante post Manel. Me ha gustado mucho y, como Reyes, lo releeré.
    Yo llevo casi 30 años trabajando en la Administración. Confieso que ha sido en los últimos 10 que he adquirido consciencia de mi capacidad para ayudar a mejorarla. Y estoy aprendiendo mucho.Como yo hay bastantes personas.Será una pena que todo este conocimiento se pierda.Por eso hay que compartirlo buscando todas las formas posibles y permitiendo que se "mezcle" con nuevas ideas que rompan la tradicional compartimentación que caracteriza a la Administración.
    Porqué el conocimiento de la Administración, tienes razón, no está en las personas. Está en como estas personas lo comparten, en la red.

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  6. Ba zen behin ...
    Así empiezan los cuentos en mi tierra. Igual que en los demás, con otras palabras, que son las mismas.
    Se llamaba Vicente. Entré novata perdida en su departamento y me tocó el peor horario para empezar a saber si lo que sentía como vocación realmente lo era.
    Yo era una cría (no por edad, por vivencias en lo que caía) y a él le quedaban poquitos años para jubilarse.
    Le habían movido de su centro original (Administrativo) a otro centro de Mecanizado.
    Daba clases en diurno y nocturno y era tutor de 25 mecánicos de grado medio.
    Fue mi compañero, mi maestro, mi amigo, ... y mucho de lo que soy en el aula hoy se lo debo a él.
    Lo sabe. Se lo dije cada día ... espero que lo creyera.

    Llegaba agotada preparando clases a impartir las de la noche a un centro oscuro, sin vida, ... y, según entraba al departamento, me encontraba con él sonriendo, con su máquina de escribir ("Vicente, que te lo paso a ordenador en un momento y ya lo tienes para otras veces, ..."
    "Ya, txata, si te lo agradezco, pero esto ya lo tengo controlado").
    De repente, el centro oscuro tenía alma.
    Echo de menos el sonido de su máquina de escribir (solo la usaba él).
    Echo de menos su energía.
    Echo de menos observar su resiliencia generosa. Su sonrisa, su retranca, su amor por lo que hacía, dentro y fuera del aula. L@s alumn@s le adoraban. Como yo.
    Se lo he dicho cada vez que nos hemos encontrado después.
    Se lo diré cada vez que lo vea ...

    Mi abuelo quedó ciego. Mi abuela era su luz.
    Un chico en moto apagó esa luz una tarde y, superado el dolor, encendió otra en forma de mil paseos con mi abuelo ...
    Le pude conocer. Y me pudo conocer a mí.
    Y aprendí cosas que no hubiera aprendido si la historia hubiera sido de otra forma, porque no estaba en la agenda de entonces que fuera así.

    Me maravilla que haya personas como tú y ese equipo en aquella terra que ponga voz a quienes saben.
    Sólo necesitamos un tiempo y un lugar para escuchar, pero no es lo que siento a mi alrededor, ... y me apena.
    Siento la pérdida y os felicito por cada espacio que seáis capaces de crear para escuchar.

    Recuerdo esa mirada de la imagen. Aun la tengo.
    Recuerdo a cada una de las personas a las que miré así.
    Los cuentos tenían moraleja, según la época.
    Y te proponían pensamiento crítico y corazón.

    Gracias por cuidar eso.

    Hara bazan ez bazan ...

    Así terminan los cuentos en mi tierra.

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