La palabra “liderar” sigue siendo un concepto controvertido para todas aquellas personas con responsabilidad sobre equipos. Qué ha de ser un líder o preguntas como si el líder nace o se hace siguen apareciendo en cualquier foro donde se trate el tema.
Muchas personas asocian la palabra líder con alguien visionario, carismático y con un discurso envolvente capaz de despertar entusiasmo y adhesión, una serie de cualidades que, si bien puede refinarse con el aprendizaje, suelen suponerse en alguien que ya posee una personalidad predeterminada, cocinada en la cuna.
Esta concepción del liderazgo hace que personas con cargos directivos que se perciben a sí mismas con perfiles más discretos, con una capacidad oratoria poco brillante o que no pugnan por imponer su punto de vista, no se vean como líderes de sus equipos.
A todo esto, hay que sumar que, esta forma de entender el liderazgo, pone el foco y da valor a cualidades como el individualismo, la dependencia de la imagen personal, la infalibilidad o la competitividad, todas ellas poco convenientes para la lógica colaborativa, de trabajo en equipo, de orientación a la común o de cultivo de la inteligencia colectiva, que ya no podemos posponer por más tiempo.
Quizás por esto, por tratarse de una concepción inconveniente y falaz, desde el punto de vista de lo que realmente es un liderazgo efectivo en los grupos humanos, vuelve a estar presente la investigación que, a lo largo de 15 años, llevó a cabo Jim Collins con un amplio espectro de empresas que sobresalían de la media por lo extraordinario de sus resultados, subrayando que una de las claves de la excelencia en estas organizaciones, se hallaba en que sus líderes eran personas aparentemente normales, que no sobresalían visiblemente del conjunto y que se las podía encontrar entre sus equipos. Lejos de ser espectacular, el liderazgo combinaba una humildad extrema con una voluntad profesional intensa.
La humildad es un concepto que se mueve a medio camino entre algo deseado y algo que se cree fruto de una carencia. Se suele asociar humildad a una pobreza asumida con consciencia de clase, de pertenencia a un estrato inferior, la gente humilde son aquellas personas que se reconocen a sí mismas en la limitación de sus recursos frente a otras personas menos limitadas. Por esto quizás, la palabra humildad carece de la agresividad necesaria para hacerse valer en entornos competitivos y tiene poco recorrido en la cultura altisonante de nuestras organizaciones.
Pero en realidad, la humildad es un concepto mucho más amplio y sencillo, la humildad consiste en la consciencia de los propios límites y en la capacidad de actuar en consecuencia.
Alerta, porqué ser consciente de los propios límites no significa tan sólo tener en cuenta las carencias, significa tener en cuenta todo, lo que se posee y lo que no se posee, es decir hasta dónde se llega y con qué se limita.
Conocer los propios límites lleva a la consciencia de dónde empieza el otro y esto es lo que permite reconocer la alteridad como un complemento y reconocerse complementario a ella.
Muchas relaciones interpersonales, de pareja, de amistad, laborales son fallidas por esta falta de consciencia sobre los propios límites y la falta de reconocimiento de dónde empieza el otro, la humildad es el principio fundamental de la colaboración genuina ya que determina el principio de complementariedad basado en la suma de fuerzas para el logro de objetivos comunes.
En el caso del liderazgo, la humildad actúa en el mismo sentido, al reconocer sus propios límites, la líder o el líder humilde reconoce al otro en el otro extremo y puede apreciar la oportunidad de aprovechar sus capacidades o potenciar su talento para amplificar el impacto del conjunto, sin tener que recurrir a concesiones forzadas y poco naturales propio de quien se cree poseedor de todo.
Ser humilde no es infravalorarse, es valorarse en la medida justa, lo suficiente como para no tener que ir a remolque ni cargar a los otros con las consecuencias devastadoras de una imagen propia distorsionada e invasiva.
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La imagen corresponde a una pieza de arcilla de Kazunori Haman
Ya sabes que disfruto y padezco de contradicción. Soy un frontón para mis contradicciones. No puedo dejar de ver la otra cara, de desplegar el poliedro, mostrar el sí y el no. Me gusta leerte. Cierta duda bien escuchada, no es necesarios defenderse de ciertos síndromes e imposturas, se trata de darles lugar y hacer palanca. Ayer le decía a un compañero que quería aprender lo que él sabía hacer. Saber y reconocer que yo aun no lo hacía de esa manera me ayudo a estar un poco más cerca. Gracias
ResponderEliminarLo sé, company :) a mi también me gusta leerte y saberte por aquí!
EliminarMe he dejado, como siempre, varios subrayados especiales para añadir a mis propias reflexiones en torno a la palabra humildad, que a menudo se me cuela a la primera línea.
ResponderEliminarY, si me permites, añado una ventaja, aunque un tanto más superficial que las que tú señalas, a mayores: si no tienes la humildad del autoconocimiento, si crees que ya lo sabes y dominas todo… ¡Que aburrimiento!
Gràcies Manel. Un petó.
Y tanto, Isa! y que aburridos ;))
EliminarGracias por dejar tu comentario, bicos
Tampoco hay que olvidar que la humildad también hay que saber gestionarla.
ResponderEliminarNo hay cosa más ridícula que escuchar a John Lennon diciendo que lo que hacían los Beatles lo podía hacer cualquiera.
Si se trata de un tema de imagen, más que humildad, lo de Lenon sería modestia y, en el sentido en que parece que lo dices, de falsa modestia.
ResponderEliminarCreer que la expresión tenía alguna doblez es una suposición, quizás sí o quizás tenía sus motivos para creer que era cierto, vete tú a saber, de hecho, bien pensado cualquier humano puede hacer lo que es capaz de hacer otro humano si le dedica los recursos suficientes durante el tiempo necesario, no intentarlo siquiera es ya no dedicarle los recursos suficientes…