jueves, 23 de marzo de 2023

El impacto de tus palabras

 

Demasiadas veces, en nuestra cultura, la franqueza y la espontaneidad, se han interpretado como la ausencia de filtros, como la revelación de una verdad divina transmitida a través de alguien que, como un niño, es sólo el canal inocente a través del cual se hace explícita una certeza irrefutable.

Franqueza y espontaneidad suelen ser sinónimos de pureza y sinceridad, la primera porque sugiere falta de complejidad, simplicidad, de no contaminación; y la segunda porque, ambos términos, suelen asimilarse con la falta de dobleces, con lo que se dice con el corazón en la mano, de ahí quizás que, cuando alguien se declara franco o empieza una frase con el “sinceramente”, suela generar una sutil inquietud en quien le escucha, por aquello de temer una sentencia que ya se anticipa inamovible por proceder de la esencia íntima de la persona.

Pero ser franco no es nada malo en sí mismo, es más, podemos suponer sin miedo a equivocarnos que preferimos que las personas expongan y digan aquello que realmente quieren decir, aunque sólo sea por conocer mejor, empatizar o poder prever el punto de vista, la opinión y el comportamiento de quien tenemos delante. Podría suceder lo mismo con la espontaneidad si no fuera porque demasiado a menudo se asocia a la falta de contención y de madurez de la persona que la exhibe; la espontaneidad suele relacionarse con lo infantil, lo no elaborado, lo poco reflexivo, lo no retorcido y directo, de ahí que, socialmente, suela disculparse su frecuente falta de oportunidad o indiscreción; y es que la espontaneidad, como ya sabemos, puede ser divertida y temible a la vez.

Sincerarse o desear expresarse con franqueza, no está reñido con calcular el impacto de las palabras que se utilizan; demasiado a menudo, estamos atentos a la idea que tenemos en la cabeza sin prestar atención a cómo decimos las cosas. Las palabras son como bolas de bowling que lanzamos e impactan en aquellas personas a las que nos dirigimos, calcular el recorrido de lo que decimos es determinante en nuestras relaciones interpersonales.

La falta de consciencia o de atención al impacto de las propias palabras suele ser una de las fuentes de micro toxicidad más frecuentes en nuestros entornos de relación, hay palabras, expresiones o maneras de decir las cosas que son emocionalmente devastadoras y que no añaden valor por ser crispantes o especialmente indicadas para despertar el desánimo y el desasosiego en quien se cruza en su recorrido.

Si quieres gobernar tu comunicación, es decir, tu capacidad para despertar interés y receptividad respecto a lo que quieres transmitir es necesario que te tomes el tiempo necesario para considerar las sensaciones que pueden causar lo que vas a decir y de sus posibles consecuencias en la relación; en realidad no se trata siquiera de tiempo, sino simplemente de no dejarse llevar por el impulso, de ser consciente de la importancia del espacio que ocupa lo que se dice, de lo que se va a aportar, añadir o restar.

#Ideaclave: las palabras No se las lleva el viento

  • Tómate unos segundos antes de responder o intervenir para considerar tu estado de ánimo y la influencia que tiene en lo que vas a decir.

  • Evita hacer valoraciones, juzgar, corregir, ironizar o el sarcasmo hacia la persona con la que estas interaccionando.

  • Repara, si es necesario no dudes en matizar lo que hayas dicho reconociendo la interferencia de un posible estado emocional que te cuesta reprimir, reconocer la falibilidad nos hace humanos.


2 comentarios:

  1. "Repara, si es necesario no dudes en matizar".
    Me encanta, lo hacen las personas que adoran el aprendizaje :-)

    ResponderEliminar