Esta es la pregunta a la que fui invitado a responder en una de las sesiones web que el primer jueves de cada mes, y desde hace más de 15 años, programa la Direcció General d’Administració Digital de la Generalitat de Catalunya.
La pregunta esta formulada desde el prisma del desgaste que, la sobreutilización de algunos conceptos, caracteriza el momento actual; ni que decir que el de la colaboración puede que sea uno de los más representativos, se habla mucho de colaboración en esto y en aquello pero, en realidad, ¿somos tan colaborativos como decimos ser? ¿qué distancia hay entre lo que se dice y lo que se hace?
Lejos del típico debate sobre si se trata de un tema genético o no, creo que tenemos evidencias sobradas del carácter colaborativo del ser humano desde los albores de su existencia, pero tampoco hace falta remontarse en la historia, ante la individualización descarnada que caracteriza el momento actual, en momentos de necesidad, muchísimas personas se movilizan para colaborar con otras en la solución de sus problemas, pensemos, por ejemplo, en las legiones de personas que se desplazaron desde todo el país para limpiar de chapapote las costas gallegas durante la crisis del Prestige, en la colaboración entre vecinos durante la pandemia debida al COVID o en los miles de voluntarios que se desplazaron a Turquía para colaborar en las operaciones de rescate en el último terremoto.
En el terreno de nuestras administraciones, muchas personas de servicios que quedaron parados debido al confinamiento, se prestaron a colaborar con otros equipos que estaban entrando en colapso para poder a dar salida a emergencias de la ciudadanía, este es el caso de algunos equipos de psicólogos que atendieron a personas que se encontraron repentinamente solas, encerradas en casa o la fabulosa experiencia que protagonizaron algunos funcionarios al colaborar con el servicio responsable de la tramitación de los Expedientes de Regulación Temporal de Empleo, para acelerar la tramitación de las ayudas; estoy seguro de que cada uno de nosotros tiene alguna experiencia propia de colaboración espontánea en esta experiencia compartida de crisis global.
Pero, la colaboración no es sólo exclusiva de las crisis, programas como el Compartim, del Departament de Justícia, Nexus24 de la Universitat Polítècnica de Catalunya o la Colaboración Expandida del Instituto Andaluz de Administración Pública, por citar algunos, demuestran hasta qué punto las personas se implican en el logro de objetivos comunes, impulsando y adhiriéndose espontáneamente a formas de trabajo colaborativo que suelen necesitar de la aportación de recursos propios.
No, no hay ninguna duda, los seres humanos optamos por la colaboración y sabemos cómo hacerlo cuando se dan las condiciones necesarias para que se dé. La pregunta debería ser entonces si, en nuestras organizaciones, se dan de manera habitual estas condiciones necesarias para que las personas quieran y puedan colaborar; quizás entonces podremos entender por qué la colaboración no se da en determinadas circunstancias.
Veamos, para colaborar se necesita de un motivo, de algo que sea susceptible de solucionarse mejor -más rápido, con más calidad, etc.- de manera colaborativa. Si que es verdad que los motivos que pueda tener cada cual pueden ser diversos y que el objetivo a lograr puede llegar a ser, en algunos casos, sólo una excusa, pero, aun así, se necesita de esta excusa para que la colaboración tenga sentido y se pueda dar. Cuando no hay un eje de actividad en torno al cual giren las aportaciones es difícil encontrar un sentido a la colaboración. La compartimentación estructural de nuestras organizaciones, la falta de implicación en la formulación conjunta de objetivos reales que requieran de la colaboración, la rendición de cuentas a partir de los objetivos individuales y las prioridades a la hora de invertir recursos que se desprenden de todo ello, son algunas de las causas de la falta de trabajo colaborativo.
Pero para colaborar se necesita de algo más que un objetivo concreto que pueda ser resuelto de manera conjunta, las personas han de querer hacerlo y para ello han de sentirse propietarias de la decisión de colaborar o no, necesitan sentirse y reconocerse útiles, verse acompañadas en el esfuerzo y respetadas tanto en sus aportaciones como en sus limitaciones; de no ser así, es fácil entender que cueste querer colaborar en lo que sea, todas y todos lo hemos experimentado alguna que otra vez. La imposición de las tareas, la falta de reconocimiento sincero y claro a las aportaciones o la desconfianza sobre las motivaciones o capacidades de las personas, son de las barreras más comunes al trabajo colaborativo.
A partir de todo lo que se ha ido exponiendo, queda claras la teclas que hay que accionar para potenciar [¿o quizás debiéramos decir, desinhibir?] la colaboración en nuestras organizaciones; podemos incluso echar mano de herramientas como el MOMENTO ZERO del trabajo colaborativo, ideado para desactivar muchos de estos bloqueos si se utiliza a conciencia; pero el elemento crucial para impulsar la colaboración en y entre los equipos, debido a la verticalidad de nuestras organizaciones, es alinear las actuaciones de directivas y directivos con el trabajo colaborativo, esto es: confiando en las personas, contactándolas entre sí, vehiculizando recursos [incluyendo tiempo] y, sobre todo, siendo el modelo de profesional colaborativo que se desea para toda la organización.
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