miércoles, 31 de agosto de 2022

Zen

 
Normalmente cuando escuchamos o se utiliza la expresión “zen” es para evocar un ambiente de quietud y calma, adornado con trinos de pájaros, el suave rumor de la lluvia fina o el cristalino repicar del chorro de una fuente, todo el conjunto atravesado por la enigmática y exótica melodía del Shakuhachi.   

En general, “zen” es una expresión muy usada para connotar serenidad y calma, alguien es “muy zen” cuando por su tranquilidad contrasta con la impaciencia, el mal humor, las prisas o las exigencias comunes a las que nos somete el entorno; suele referirse a mantener una actitud ingrávida ante la dinámica hiperactiva del día a día del común de los mortales.

Todos estos significados son muy corrientes y tienen en común el de usar el término “zen” como un adjetivo calificativo de algo o alguien, pero no dan realmente cuenta e incluso distorsionan y nos alejan de lo que es, en realidad, el Zen.

Zen significa “meditación” y es la variante japonesa del budismo Mahāyāna tras su paso por China donde, como suele suceder en estos tránsitos, se impregnó de elementos fuertemente arraigados en el sistema de creencias local, de ahí, posiblemente, su sobriedad y su simplicidad respecto a otras tradiciones budistas, así como la importancia central que adquieren conceptos que también son nucleares en el taoísmo.

Para mí, el Zen y, en concreto, el Zen Soto, una de sus variantes más extendida, es una revisión del budismo en un momento de su historia en el que se diluye peligrosamente su sentido espiritual debido a su contacto con el poder político, algo así como en su día sucedió en el seno del catolicismo, con el surgimiento de las ordenes mendicantes ante la opulencia y depravación manifiesta de la Iglesia de Roma.

La Vía del Zen se condensa, básicamente, en la meditación sentada o zazen, conditio sine qua non para llevar a cabo esta práctica.

La clave, en zazen, es mantenerse presente, aquí y ahora, de ahí la importancia que tiene concentrarse en la postura [el aquí] y en la respiración [el ahora], sin perseguir nada, sin ningún objeto, sin pretender siquiera no pensar, simplemente mantenerse como espectador de lo que sucede física y mentalmente mientras se permanece inmóvil. 

 

Porque zazen es “sentarse y nada más”, donde el “nada más” ha de entenderse así, tal cual, de la manera más absoluta: “na-da-más”, y ahí, en esa sencillez de su práctica radica, paradójicamente, una de sus dificultades, ya que la Red Neuronal por Defecto nos lo pone difícil regalándonos continuamente con un generoso abanico de preocupaciones, recuerdos, ensoñaciones o fabulaciones cuando no estamos concentrados haciendo algo en concreto, por eso, en zazen, la clave es orientar la mente al cuerpo,  concentrarse en  la postura y atender al instante único de cada inspiración y de cada expiración; en palabras de Eihei Dogen, “la práctica de zazen es dejar caer cuerpo-y-mente” ya que, en este estado, nuestra actividad mental y sensorial es menos activa y, por lo tanto, el estado es más natural: sereno y equilibrado.

Otra dificultad para este “sentarse y nada más” se halla en que choca frontalmente con la cultura fuertemente utilitarista y orientada a la productividad del sistema en el que nos hallamos inmersos, en el que “nada más” se traduce como un “no hacer nada” que incomoda y urge a abandonar la práctica en pos de objetivos y actividades consideradas útiles según los estándares de eficacia y de “aprovechamiento del tiempo” que inspiran el modelo social y productivo imperante.

Ambos elementos, la inmersión en una actividad mental descontrolada y la sensación de pérdida de tiempo, suelen ser los motivos principales por los que muchas personas abandonan o rechazan la práctica de la meditación, esto y la falta de un propósito firme y claro que justifique el esfuerzo y dilate la capacidad habitual de tolerar la frustración.

A diferencia de otras prácticas parecidas, como la del mindfulness tan en boga hoy en día en algunas organizaciones y generalmente orientado a gestionar el estrés, aumentar la capacidad de concentración y adaptarse a los retos cotidianos, zazen es una práctica central en la vida de la persona, cuyo propósito, lejos de motivaciones superficiales, productivas, saludables o mundanas, es resetear la consciencia para liberarla de la mochila de apegos, deseos, anhelos, miedos, logros, satisfacciones y frustraciones que conforman el ego con el que solemos identificarnos y, en consecuencia, confundirnos, ya que tendemos a considerarnos en función de lo que obtenemos de nuestra continua transacción con el entorno, con sus personas, objetos y situaciones.

La práctica de zazen permite observar estos mecanismos, captar su insustancialidad y dejar de considerarlos como parte inherente a uno mismo, creándose paulatinamente las condiciones necesarias para que se active, de manera natural, un proceso en cadena que pone en evidencia la fantasía de cualquier individualidad, dejando de sentirnos distintos, ajenos o independientes del entorno del que formamos parte y activándose, en consecuencia, el impulso de cuidar de todo y de cualquiera ya que nos sentimos parte de lo mismo. En este sentido y a diferencia de otras doctrinas, en el Zen, la compasión no es un camino a la salvación sino que es el resultado de la liberación.

 

 

Me inicié en el Zen hace ya unos años, en el seno de la comunidad de practicantes que se reúnen en torno al maestro Zen Lluís Nansen, en Barcelona. Debido a la sutileza de los mecanismos envolventes de nuestro ego, es conveniente practicar, con cierta frecuencia en comunidad y siempre bajo la supervisión de una persona que esté autorizada y capacitada para hacerlo ya que, como en su día me indicó Nansen, tanto o más importante que identificar los mecanismos de nuestro ego es no apoyarse o sucumbir, en el empeño, al ego de otro.

Admito que introducir el Zen ha sido una de las decisiones más acertadas que he tomado hasta el punto de ser, ahora mismo, una práctica central en mi vida; medito a diario, el Zen es, para mí, un portal que me lleva, literalmente, a otra pantalla existencial desde la que observo el mundo con un punto de vista renovado y fresco, impactando decisivamente tanto en el plano personal como en el profesional.

El vacío que resulta de silenciar todos aquellos ruidos vitales que me distraen o con los que normalmente busco evadirme, aporta la distancia necesaria para ser consciente de la futilidad de muchos de los resortes que, invisiblemente, determinan mis emociones, ambiciones, miedos y deseos.

Esto también me permite ver con más claridad y relativizar el papel de los otros en mis actuaciones o en la génesis de mis percepciones y emociones, no tomarme personalmente muchas cosas que antes me interpelaban y afrontar mi cotidianeidad de manera más serena y dialogante.

Gran parte del enfoque con el que abordo mi proyecto profesional actual es consecuencia de la reordenación de prioridades y valores a partir de esta nueva perspectiva, cosas que anteriormente eran muy importantes han pasado a ser irrelevantes mientras, paralelamente, van cobrando nitidez aspectos clave relacionados con el fluir natural y armónico de las cosas, lo cual, es muy interesante si no fundamental cuando se interviene en el ámbito de la transformación de las culturas organizativas y, en general, en todos aquellos aspectos que afectan a las personas.

La práctica del Zen es la práctica de habitar en la pausa, condición necesaria para plantearse la transformación personal inherente a cualquier cambio que se pretenda impulsar, de ahí mi interés en compartirlo en este espacio, con este artículo.

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La segunda imagen es de Kodo Sawaki, puede apreciarse la serenidad y solidez de la postura en zazen.

En la última imagen, Lluís Nansen conduciendo una sesión de zazen en el Dojo Zen Kannon de Barcelona.

6 comentarios:

  1. Gran i lúcida reflexió sobre la pràctica del zen i el procés transformació que pot aportar a persones com tu, (pre)ocupades per la millora personal i el canvi. M'ha semblat extraordinària!

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    1. Quin afalac el teu comentari, Mòni, moltes gràcies! :)

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  2. Que buena explicación Manel. Está todo, el qué, el por qué, el cómo y el para qué. Y de postre el gran reto: “es la práctica de habitar en la pausa”.
    Y, como bien dices, ya sabemos aquello de las 3P: Práctica + Paciencia = Progreso [personal].

    Un petó.

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  3. Muchas gracias por compartirlo, Manel. Me das una vez más mucho qué pensar. Abrazo muy fuerte

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