He tenido la oportunidad de colaborar con la Fundación Garrotxa Líder en la Primera Mostra de Productes i Serveis d’Empreses Socialment Responsables. El eje del encuentro era promover la cooperación interempresarial. Ahí se dieron cita 24 empresas que han adecuado su gestión a compromisos de sostenibilidad medioambiental, de estructura social y de cooperación con el territorio.
Para mí ha sido una magnífica ocasión de observar de cerca un trabajo apasionante, fundamentado en grandes valores y, sobre todo, bien hecho. También me he salido de mi habitual escenario de intervención y he podido reflexionar, aprovechando la perspectiva, sobre aspectos que no me son del todo ajenos en el día a día profesional.
Las principales conclusiones o ideas a las que me ha llevado la experiencia, a lo largo del desarrollo de sus diferentes fases [diseño y ejecución] y a la luz de los resultados obtenidos, son las siguientes:
> En general parece haber la intuición de que hay que hacer algo con alguien más. Es evidente que no está el horno para bollos y que la consabida competición ha de compartir cada vez más espacio con la colaboración. Pero de momento son poco más que palabras. Las personas asisten y participan a estos actos con mucha voluntad pero siguen moviéndose, todavía, con cierta desorientación. La necesidad de relación es algo que todavía flota en el aire mientras se sigue buscando con poca convicción, una razón personal de peso e indiscutible para hacerlo. Por muy convencido que se esté y por mucho que se hable de enfocar conjuntamente y hacer frente a las variables determinadas por la actual situación de incertidumbre, la presencia física de las organizaciones se ve todavía entorpecida por impulsos competitivos cuando son del mismo sector o por la indiferencia y distanciamiento cuando se trata de sectores distintos. Cuesta ver al otro como alguien que puede estar al lado, sea como sea, haga lo que haga.
> Hay una tendencia a presentarse en función de lo que se hace, y no en función del cómo y del porqué se hace. De este modo se ofrecen los propios servicios obviando otras posibilidades de relación que no sean las típicamente establecidas de proveedor- cliente y menospreciando el poder de seducción e impacto emocional que tiene exponer el porqué de una determinada manera de hacer. La autoconsciencia sigue siendo la asignatura pendiente también en muchas empresas, diluyéndose la posibilidad de ofrecer, como valor de transacción, aquellos aspectos derivados de la propia experiencia, del conocimiento acumulado, del modo de hacer, de las relaciones establecidas o de los recursos tecnológicos o materiales disponibles. Por decirlo de algún modo más sencillo, es más fácil decir qué hago que lo que valgo, cuando se trata de enfocarlo a otras empresas con independencia del sector y de si son públicas o privadas.
> La reciprocidad es básica en una relación de colaboración. Muy vinculado con el punto anterior, es tan importante saber en qué me puede ser útil la relación con alguien, como tener claro el valor que puedo aportar yo a esta relación. La salud de una colaboración depende de un enfoque correcto de la reciprocidad. En este sentido, es de una ayuda inestimable invertir tiempo en averiguar el valor que se puede aportar y colocarlo como un activo más, junto a los productos y servicios.
> Las relaciones de colaboración no nacen de la noche a la mañana. Para que exista una colaboración ha de darse, previamente, una serie de interacciones relativamente frecuentes en torno a otros objetivos menos comprometedores pero que permitan emerger necesidades y establecer objetivos mutuos. Esto requiere, indudablemente, de sistematización y de un tiempo que suele entrar en liza con esa impaciencia y poca tolerancia a la frustración que va pareja a la obtención de resultados inmediatos en la que está sumergida nuestra cultura. Organizaciones como las que promueven este tipo de eventos no han de cejar en su papel de abrir este tipo de escenarios valorando el impacto de estas actuaciones a medio-largo plazo.
> La confianza es el sustrato indiscutible en el que se desarrolla una buena colaboración. La desconfianza, por definición, va pareja a una búsqueda persistente de su propia corroboración desembocando, en el marco de una colaboración, en sensaciones de iniquidad y percepciones de abuso. En una sociedad donde se considera prudente desconfiar por defecto puede ser relativamente complicado establecer relaciones de confianza que abran paso al tiempo que se necesita para valorar los resultados obtenidos en una colaboración de manera conjunta. Por ello, junto a los aspectos expuestos en el punto anterior, es tan importante tener claro por qué queremos colaborar como establecer conversaciones para dejar claro los motivos que nos empujan a hacerlo, las condiciones que ofrecemos para asegurar una mutua comodidad y, dependiendo del tipo de colaboración, el grado de riesgo que estamos dispuestos a correr.
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En este evento estuve a cargo de una ponencia sobre cómo enfocar las relaciones de cooperación además de conducir una actividad que facilitase un conocimiento entre las empresas que fuera más allá que el de los productos o servicios que se estaban mostrando. Para ello se desarrolló una dinámica consistente en anotar en una cuartilla las respuestas a una pregunta que se debía auto-formular cada empresa: ¿qué valor puedo aportar yo a los que estamos aquí?
Después de dejar un tiempo para reflexionar [la pregunta no es nada sencilla…], las diferentes respuestas fueron siendo expuestas en un mural mientras cada participante las comentaba en voz alta al resto del plenario. A continuación se abrió un espacio informal donde los asistentes podían conversar entre ellos junto a la muestra de sus productos o servicios.
Para mí ha sido una magnífica ocasión de observar de cerca un trabajo apasionante, fundamentado en grandes valores y, sobre todo, bien hecho. También me he salido de mi habitual escenario de intervención y he podido reflexionar, aprovechando la perspectiva, sobre aspectos que no me son del todo ajenos en el día a día profesional.
Las principales conclusiones o ideas a las que me ha llevado la experiencia, a lo largo del desarrollo de sus diferentes fases [diseño y ejecución] y a la luz de los resultados obtenidos, son las siguientes:
> En general parece haber la intuición de que hay que hacer algo con alguien más. Es evidente que no está el horno para bollos y que la consabida competición ha de compartir cada vez más espacio con la colaboración. Pero de momento son poco más que palabras. Las personas asisten y participan a estos actos con mucha voluntad pero siguen moviéndose, todavía, con cierta desorientación. La necesidad de relación es algo que todavía flota en el aire mientras se sigue buscando con poca convicción, una razón personal de peso e indiscutible para hacerlo. Por muy convencido que se esté y por mucho que se hable de enfocar conjuntamente y hacer frente a las variables determinadas por la actual situación de incertidumbre, la presencia física de las organizaciones se ve todavía entorpecida por impulsos competitivos cuando son del mismo sector o por la indiferencia y distanciamiento cuando se trata de sectores distintos. Cuesta ver al otro como alguien que puede estar al lado, sea como sea, haga lo que haga.
> Hay una tendencia a presentarse en función de lo que se hace, y no en función del cómo y del porqué se hace. De este modo se ofrecen los propios servicios obviando otras posibilidades de relación que no sean las típicamente establecidas de proveedor- cliente y menospreciando el poder de seducción e impacto emocional que tiene exponer el porqué de una determinada manera de hacer. La autoconsciencia sigue siendo la asignatura pendiente también en muchas empresas, diluyéndose la posibilidad de ofrecer, como valor de transacción, aquellos aspectos derivados de la propia experiencia, del conocimiento acumulado, del modo de hacer, de las relaciones establecidas o de los recursos tecnológicos o materiales disponibles. Por decirlo de algún modo más sencillo, es más fácil decir qué hago que lo que valgo, cuando se trata de enfocarlo a otras empresas con independencia del sector y de si son públicas o privadas.
> La reciprocidad es básica en una relación de colaboración. Muy vinculado con el punto anterior, es tan importante saber en qué me puede ser útil la relación con alguien, como tener claro el valor que puedo aportar yo a esta relación. La salud de una colaboración depende de un enfoque correcto de la reciprocidad. En este sentido, es de una ayuda inestimable invertir tiempo en averiguar el valor que se puede aportar y colocarlo como un activo más, junto a los productos y servicios.
> Las relaciones de colaboración no nacen de la noche a la mañana. Para que exista una colaboración ha de darse, previamente, una serie de interacciones relativamente frecuentes en torno a otros objetivos menos comprometedores pero que permitan emerger necesidades y establecer objetivos mutuos. Esto requiere, indudablemente, de sistematización y de un tiempo que suele entrar en liza con esa impaciencia y poca tolerancia a la frustración que va pareja a la obtención de resultados inmediatos en la que está sumergida nuestra cultura. Organizaciones como las que promueven este tipo de eventos no han de cejar en su papel de abrir este tipo de escenarios valorando el impacto de estas actuaciones a medio-largo plazo.
> La confianza es el sustrato indiscutible en el que se desarrolla una buena colaboración. La desconfianza, por definición, va pareja a una búsqueda persistente de su propia corroboración desembocando, en el marco de una colaboración, en sensaciones de iniquidad y percepciones de abuso. En una sociedad donde se considera prudente desconfiar por defecto puede ser relativamente complicado establecer relaciones de confianza que abran paso al tiempo que se necesita para valorar los resultados obtenidos en una colaboración de manera conjunta. Por ello, junto a los aspectos expuestos en el punto anterior, es tan importante tener claro por qué queremos colaborar como establecer conversaciones para dejar claro los motivos que nos empujan a hacerlo, las condiciones que ofrecemos para asegurar una mutua comodidad y, dependiendo del tipo de colaboración, el grado de riesgo que estamos dispuestos a correr.
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En este evento estuve a cargo de una ponencia sobre cómo enfocar las relaciones de cooperación además de conducir una actividad que facilitase un conocimiento entre las empresas que fuera más allá que el de los productos o servicios que se estaban mostrando. Para ello se desarrolló una dinámica consistente en anotar en una cuartilla las respuestas a una pregunta que se debía auto-formular cada empresa: ¿qué valor puedo aportar yo a los que estamos aquí?
Después de dejar un tiempo para reflexionar [la pregunta no es nada sencilla…], las diferentes respuestas fueron siendo expuestas en un mural mientras cada participante las comentaba en voz alta al resto del plenario. A continuación se abrió un espacio informal donde los asistentes podían conversar entre ellos junto a la muestra de sus productos o servicios.
La verdad es que tiene muchas cosas para comentar tu entrada.
ResponderEliminarHay varias que me han llamado especialmente la atención, una la reciprocidad, es importante saber que aportas y que te aportan, las relaciones desiguales no suelen funcionar, todo tiene que tener un equilibrio en algún lugar, aunque sea invisible ....
Y esta "es más fácil decir qué hago que lo que valgo" .... ¡uf! es que es complejo ....
Leo tu post bajo la influencia de mi propia vivencia de hoy en un acto en torno a la responsabilidad social empresarial, a pesar de ser bien distintos en su enfoque, objetivos, metodología y participantes. Sin embargo, los aspectos que tú comentas, son los que palpitaban en mi pre-ocupación por definir cómo aportar un valor diferencial con mi intervención.
ResponderEliminarReconozco una gran carga de escepticismo y pre-juicio por mi parte hacia las jornadas de carácter institucional, gastadas por el uso y abuso y en las que se innova tan poco, así que me gustan las conclusiones-planteamientos que expones y me dan algunas claves para encauzar mi propia reflexión.
Por un lado, pensando más desde el ámbito de las empresas, estoy completamente de acuerdo en que competir y colaborar no sólo no se oponen sino que son conceptos que necesitan ir de la mano.
Por otro, aplicando tu exposición a mi experiencia de hoy, en la que no hablaban las empresas sino las instituciones que las representan, y entre las que los acuerdos no son fáciles, pienso que la cooperación se basa, demasiado a menudo, en la voluntad de las personas en lugar de plantearse correctamente el marco necesario. Me quedo con esta clave:
“es tan importante tener claro por qué queremos colaborar como establecer conversaciones para dejar claro los motivos que nos empujan a hacerlo, las condiciones que ofrecemos para asegurar una mutua comodidad y, dependiendo del tipo de colaboración, el grado de riesgo que estamos dispuestos a correr”.
Útil, muy útil. Lástima no haber escuchado tu ponencia. Gracias Manel por compartir tus conclusiones.
@Juana. ES cierto, las relaciones han de estar equilibradas respecto a la transacción y al tiempo durante el cual se quieren mantener. Si alguien que está pensando en una relación rápida la establece con alguien que busca una relación larga en el tiempo pues…ya sabemos cómo termina eso…
ResponderEliminarRespecto al segundo punto, sí que es difícil pero es determinante para poner en clave de valor a la empresa [o al profesional] más allá de lo que hace. No hacerlo es equivalente a ignorar y no poner en juego parte del capital del que se dispone… vaya, una manera de no amortizar la inversión y una pérdida para tod@s.
@Isabel. Estoy de acuerdo con lo que dices Isabel. Al final, los acuerdos los impulsan las personas que los firman y, para ello, no es tan sólo importante la voluntad que se tenga sino también la que se muestre a aquellos con los que queremos vincularnos… vaya, como todo…no basta con experimentar algo sino que también hay que enunciarlo de manera clara y convincente si queremos que deje de ser tan sólo una idea nuestra y pase a formar parte de la realidad exterior como un recurso para intercambiar.
ResponderEliminarYa hemos comentado sobre este tipo de Jornadas a las que ter refieres, Isabel, pero pienso que dejan de ser inocuas desde el momento en que acogen perspectivas lúcidas como la tuya y que confío en que nos hagas saber en breve.
En el caso de la experiencia en la que he colaborado he tenido varios factores que valoro especialmente. Uno es el hecho de que los asistentes fueran empresas que han hecho una apuesta importante con la responsabilidad en un entorno que es un claro exponente de atención y de mimo. El otro es el de la discreción, sencillez, persistencia y rigor de la Organización que lo impulsa, para mí todo un conjunto de variables que inspiran confianza.
Tampoco habría estado mal pedir permiso al autor de la foto... ¿o no?
ResponderEliminarTienes absolutamente toda la razón. Estoy incorporando el hábito de utilizar mis propias fotografías. Si no es así suelo utilizar fotografías libres de licencias o, como realmente se debe hacer, pedir permiso al autor/a. En este caso no recuerdo lo que ha ocurrido con lo que te pido que aceptes mis más sinceras disculpas por este hecho. Ya me ha pasado alguna vez algo similar con material mío y reconozco esta sensación desagradable. Como puedes comprobar ya he retirado la imagen y la he substituido por una del evento al que me refiero al principio del post. La fotografía a la que te refieres me gustaba porque incorporaba aspectos como el “dar” y la “sencillez” y “sinceridad” de este hecho que inspira el reconocerlo a través de manos infantiles. Lamento no poder excusarme personalmente ya que firmas tu comentario como anónimo. Un saludo.
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