Observo que la Planificación, como muchas otras herramientas de gestión, tiene dos grandes enemigos, por un lado están aquellos detractores que se hallan entre las filas de quienes la han vivido en organizaciones que la han utilizado mal, casi siempre a modo de un maquillaje snob por parte de equipos directivos que no se han planteado nunca seguir un plan sino tan sólo tenerlo y así disfrazar sus webs de management y cientifismo. Uno de los pocos resultados de tal práctica, decía, es la asociación que suelen hacer estos detractores con aquellos rostros de quienes pervirtieron la Planificación en su uso.
Por otro lado están los que con un afán de academicismo se empeñan en que la observación ortodoxa del método es lo que cuenta y encajonan la planificación en una metodología de libro, encartonada y caduca que debe aplicarse ritualmente por inútil o poco conveniente que sea. Suelen hallarse entre los máximos representantes de esta escuela, académicos y profesores que con un poco de suerte han orientado la elaboración de fabulosos planes a partir de concienzudos estudios e idilios bibliográficos y que, las más de las veces, no han tenido la experiencia de vivir ninguno en su desarrollo, seguimiento, control o evaluación.
Entre unos y otros, ya sea echándole la culpa a la licuefacción del tiempo y a la conveniencia de entonar un carpe diem en formato de gestión de proyectos inmediatos, ya sea defendiendo la ortodoxia e inmortalidad de un método frente a herejías indignadas, desnaturalizadas e ignorantes, se vierten regueros de tinta perdiéndose entre sus líneas la verdadera naturaleza de la Planificación.
Y es que Planificar no es hacer DAFOS, construir misiones o formular visiones y objetivos de todo tipo y tamaño. Planificar es tan sólo trazar un rumbo entre el punto en el que nos encontramos ahora y una meta a la que queremos llegar, a sabiendas de que podemos cambiar de opinión respecto a nuestro punto de destino a lo largo de la navegación y de que surgirán aspectos inimaginables desde el punto del cual partimos que dificultaran nuestro propósito. Teniendo en cuenta esto, cualquier manera que permita trazar esta hoja de ruta y gestionar futuros cambios e incidencias no tan sólo es válida sino que es conveniente para gobernar el cambio hacia alguna parte.
Pero lo realmente importante en cualquier proceso de Planificación, plantéese como se plantee, es justamente aquello a lo que se dedica menos tiempo o, como mucho, una pasada superficial y frívola, que no es otra cosa que la construcción de esta meta, de ese punto de llegada a partir del que edificar todo el andamiaje de un Plan. La construcción de una ilusión por la que cambiar y que realmente motive a analizar, seguir y controlar, no tanto para obedecer un proceso estándar y ordenado como para someter a todas aquellas variables que puedan incidir en el deseo formulado.
El punto débil de la Planificación se halla en la falta de tiempo e imaginación para desear otro modelo al que tender que no sea el lugar que ya se ocupa y en la impaciencia ejecutiva por formular objetivos, programar acciones, prever presupuestos y en ese ponerse a andar confiando que, mientras se camina, se sabrá a donde llegar. Que no es otra cosa que el propósito de dirigirse a donde irremediablemente se va y, claro, para un viaje de este tipo no se requieren muchas alforjas…
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Quo Vadis: [Lat.] ¿A dónde vas?
Por otro lado están los que con un afán de academicismo se empeñan en que la observación ortodoxa del método es lo que cuenta y encajonan la planificación en una metodología de libro, encartonada y caduca que debe aplicarse ritualmente por inútil o poco conveniente que sea. Suelen hallarse entre los máximos representantes de esta escuela, académicos y profesores que con un poco de suerte han orientado la elaboración de fabulosos planes a partir de concienzudos estudios e idilios bibliográficos y que, las más de las veces, no han tenido la experiencia de vivir ninguno en su desarrollo, seguimiento, control o evaluación.
Entre unos y otros, ya sea echándole la culpa a la licuefacción del tiempo y a la conveniencia de entonar un carpe diem en formato de gestión de proyectos inmediatos, ya sea defendiendo la ortodoxia e inmortalidad de un método frente a herejías indignadas, desnaturalizadas e ignorantes, se vierten regueros de tinta perdiéndose entre sus líneas la verdadera naturaleza de la Planificación.
Y es que Planificar no es hacer DAFOS, construir misiones o formular visiones y objetivos de todo tipo y tamaño. Planificar es tan sólo trazar un rumbo entre el punto en el que nos encontramos ahora y una meta a la que queremos llegar, a sabiendas de que podemos cambiar de opinión respecto a nuestro punto de destino a lo largo de la navegación y de que surgirán aspectos inimaginables desde el punto del cual partimos que dificultaran nuestro propósito. Teniendo en cuenta esto, cualquier manera que permita trazar esta hoja de ruta y gestionar futuros cambios e incidencias no tan sólo es válida sino que es conveniente para gobernar el cambio hacia alguna parte.
Pero lo realmente importante en cualquier proceso de Planificación, plantéese como se plantee, es justamente aquello a lo que se dedica menos tiempo o, como mucho, una pasada superficial y frívola, que no es otra cosa que la construcción de esta meta, de ese punto de llegada a partir del que edificar todo el andamiaje de un Plan. La construcción de una ilusión por la que cambiar y que realmente motive a analizar, seguir y controlar, no tanto para obedecer un proceso estándar y ordenado como para someter a todas aquellas variables que puedan incidir en el deseo formulado.
El punto débil de la Planificación se halla en la falta de tiempo e imaginación para desear otro modelo al que tender que no sea el lugar que ya se ocupa y en la impaciencia ejecutiva por formular objetivos, programar acciones, prever presupuestos y en ese ponerse a andar confiando que, mientras se camina, se sabrá a donde llegar. Que no es otra cosa que el propósito de dirigirse a donde irremediablemente se va y, claro, para un viaje de este tipo no se requieren muchas alforjas…
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Quo Vadis: [Lat.] ¿A dónde vas?
No se requieren muchas alforjas, no. Pero para darse cuenta de ello nada como el ejercicio previo de haber cargado y descargado unas cuantas. ;-) O al menos eso parece.
ResponderEliminarRealmente un análisis delicioso y conciso y cómo resultado un post excelente. Con tu permiso (y citando fuentes) lo publicaré en su momento en el Blog que tengo para mis alumnos de Planeamiento de la facultad.
ResponderEliminarComo siempre agradecido
Mariano
He sonreído al leer “Planificar no es hacer DAFOS, construir misiones o formular visiones y objetivos de todo tipo y tamaño”. Esos DAFOS tipo cajón de sastre en los que se mete todo porque no se sabe hacia dónde se quiere ir…
ResponderEliminarEntre tanto discurso grandilocuente, está todo por hacer. Los dos post que enlazas están entre mis preferidos (y mira que es difícil elegir). No entiendo como se puede caminar sin hoja de ruta, me gusta lo que dices de que “es conveniente para gobernar el cambio”. Claro que también es cierto que hay quien se agarra a la ruta trazada y no sabe maniobrar. Lo deseable es usar las herramientas sin aferrarse a ellas como asimilando aquello de “planifica, que algo queda”.
Manel, hay que ver que productivo puede ser el “aburrimiento”. O será la inspiración de transitar por caminos como el de la foto… :)
En las planificaciones estragéticas y /o de gestión en que he participado (más escasas de lo que me habría gustado, ciertamente) he casi disfrutado en la parte de reflexión, con ese estrujarse de neuronas sobre lo que se puede hacer y hacia dónde se quiere ir, que considero muy productivo y además muy motivador y cohesionador para quienes participan en él. No obstante, la aplicación de los planes siempre me lleva a sorpresas, porque los mismos que dieron interesantes ideas y discutimos y aprobamos... ¡luego se muestran reacios a aplicarlas! Una forma de resistencia pasiva que niega su participación activa en la confección del plan y que creo encierra el sentimiento de incredulidad hacia el mismo. Las razones son las de siempre, claro. El día a día, los clientes, la escasez de recursos... todo cosas que se podían haber planteado, ue los demás no supimos -o atrevimos- hacer ver como objetivos poco claros, pero que, en fin, parecen trabas a proponer cosas nuevas de las que se supone se alimenta un nuveo plan de gestión solicitado por la dirección. Obviamente, a los que sí creemos en el plan y ejecutamos lo que nos corresponde, pero que no podemos hacer del todo por falta de este espíritu de equipo (que creo que es el problema de fondo) claro que puede desmoralizarnos.
ResponderEliminar@Anna. Ya sabes que la Planificación, en un determinado tipo de organizaciones, suele ser vista como un fin por sí misma y no como un “instrumento para…” Acostumbra a ser una pieza decorativa que encaja a la perfección en el salón de una organización como prueba irrefutable del buen aprovechamiento de algún máster y, por ende, de estar al día en cuanto a la última moda [¿última?] en temas de management. Nada mejor que un plan bien editado que denote una serie de ambiciones y qué narren aquello que se aspira a ser. A veces parece como si estos planes fueran una suerte de branding organizacional entendido como suelen entenderlo muchos hoy en día. Es decir, “diciendo lo que quiero ser ya lo soy”, como si se tratara de una máscara que me permitiera participar en una obra de teatro interpretando un papel…
ResponderEliminarUn abrazo y cuídate ese pie… ;)
@Orientar. Muchas gracias. Por supuesto que puedes utilizarlo. Estaré además encantado de conocer posibles aportaciones que hagan tus alumn@s a los contenidos de este post. Un abrazo!
ResponderEliminar@Isabel. Lo peor de la palabra es que suele llegar a sustituir a la acción. A veces parece que recorremos caminos en nuestra imaginación mediante el discurso y, el hacerlo, impregna de cierta redundancia y sentimiento de repetición el hecho de pasar al acto y transitarlos de verdad. Por otro lado está esa percepción del tiempo que hemos aprendido y en la cual lo perdemos en cantidades con el falso espejismo de estar aprovechándolo… la prisa lleva al error y a la repetición. Escribir requiere tiempo y esto también incide en que el discurso sustituya a la acción. Creo que aquí los consultores tenemos un papel importante que jugar. Hemos de advertir, orientar, desaconsejar si es necesario, preparar, formalizar y no desengancharnos de estos procesos hasta que estén rodando. Hay que contribuir abiertamente al sentimiento de orgullo por ese tipo de materiales y no cerrar el proceso de consultoría hasta que el Plan ocupe el lugar que le corresponde.
ResponderEliminarLo bueno que tienen esos paseos es la oxigenación y la claridad que algunas ideas adquieren en las aguas calmas del pensamiento. Eso es, en cierto modo, descansar, ¿verdad?
Gracias por comentar Isabel,un abrazo, seguimos…
@Goio. Muy cierto eso que explicas Goio sobre los beneficios de este tipo de reflexiones. De hecho, tal y como tu las planteas, son un buen sistema para substituir el aire viciado y oxigenar la organización. De hacerlo bien, los poderosos resultados sobre la persona y sobre los equipos son incuestionables…a veces, sólo por eso merecen la pena. Por ello es conveniente aprovechar al máximo esos procesos y cerrarlos valorando entre tod@s lo que han significado por sí mismos. También es necesario unificar criterios y expectativas al principio sobre las utilidades que va a tener el plan que no necesariamente ha de ser una [de hecho, como decíamos, invertir un poco de tiempo en este tipo de reflexiones puede ser útil por sí sólo]. A partir de aquí no debería hacerse nada sin antes explicitar el compromiso de tod@s con los resultados.
ResponderEliminarIdentifico totalmente lo que cuentas Goio, ya que lo encuentro demasiadas veces en la práctica pero, al, menos en los casos que conozco eso no establecer el verdadero motor de un plan que no es otra cosa que el sistema para su seguimiento y control y, lo que es más importante, considerar demasiado fácilmente que “todos estamos en el mismo barco sin comprobar en que barco cree estar cada uno”.
Un abrazo muy fuerte!
Hola Manel.
ResponderEliminarDe tu tierra catalana y del mediterraneo, Machado, cuyo mensaje fuera uno de mis guias en la adolescencia, escribiò:
Caminante no hay camino
se hace camino al andar
Luego, los que vienen atras, ya lo tienen facil, pues lo poetas le facilitaron el trabajo.
Me encanta este texto tuyo:
"Entre unos y otros, ya sea echándole la culpa a la licuefacción del tiempo y a la conveniencia de entonar un carpe diem en formato de gestión de proyectos inmediatos, ya sea defendiendo la ortodoxia e inmortalidad de un método frente a herejías indignadas, desnaturalizadas e ignorantes, se vierten regueros de tinta perdiéndose entre sus líneas la verdadera naturaleza de la Planificación. "
Carpe Diem, A10
Gracias @Alberto. Sí, Machado sigue siendo uno de los referentes para muchos de nosotr@s a lo cual ayudó muchísimo que Serrat le pusiera voz y música. Machado puso el acento en la “puesta en marcha de cualquier intención” ya que muchos planes se quedan en los cajones y no ”pasan al acto”. Con el “caminante son tus huellas el camino y nada más…” siempre puso [al menos para mí] énfasis en que después de decidir [planificar] hay que actuar [desarrollar]…
ResponderEliminarUn placer tenerte por aquí Alberto. Un abrazo,